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Capítulo VI: ¿Heredera?

El coche de Alexander Thorne se detuvo suavemente frente a un hospital privado exclusivo, un edificio de cristal y mármol donde el silencio era el estándar de lujo. El médico de la familia Thorne, un hombre de gestos precisos y pocas palabras, atendió las quemaduras de Sofía en el brazo y la hinchazón de su mejilla con una eficiencia silenciosa. Alexander no se fue; esperó en la sala contigua, una silueta imponente recortada contra el ventanal, observando la ciudad como si fuera su tablero de ajedrez.

Cuando Sofía terminó y se puso una camisa de seda nueva que el chófer había comprado de emergencia, se sintió una mujer diferente. La tela fría contra su piel herida era un recordatorio de que el mundo de algodón y espinas en el que vivía con Mateo se había incendiado. Al salir a la sala de espera, su cuerpo estaba curado, pero su mente estaba en plena ebullición, lista para el siguiente paso.

Alexander la esperaba con su chaqueta colgada del brazo y un archivo de papel manila sobre la mesa de centro.

—Siéntese, Sofía —dijo, usando su nombre de pila por primera vez. No hubo condescendencia, sino un respeto seco y profesional que la hizo sentir, por primera vez en años, como una igual.

Ella se sentó, el corazón latiendo fuerte por la mezcla de gratitud y una curiosidad que quemaba más que su herida.

—Sé que ha pasado por mucho, y lamento lo que ese hombre le hizo —comenzó Alexander, su voz bajando un tono—. Pero el documento que le di es la razón por la que nuestros caminos se cruzaron. Lo investigué porque, para ser sincero, me interesaba trabajar con usted desde hace tiempo. Sus estrategias para Mateo fueron brillantes, aunque él fuera demasiado mediocre para entenderlas. Al investigar sus antecedentes para ofrecerle un contrato, encontré cosas que creo que debe saber.

Sofía miró el archivo. Sus dedos rozaron el papel polvoriento. Su origen misterioso siempre había sido el arma de chantaje de los Smith; la "mancha" de ser una huérfana recogida por caridad.

—Según mis investigaciones —continuó Alexander con calma—, la mujer que la entregó a los Smith no era una desconocida. Tenía vínculos profundos con una empresa automotriz de renombre, un imperio que se desintegró hace veinte años tras una trampa comercial orquestada por sus rivales. Usted no es un error, Sofía. Usted es la pieza perdida de un rompecabezas muy peligroso.

La cabeza de Sofía daba vueltas. ¿Una empresa de coches? ¿Un imperio? Ella siempre fue "la hija adoptiva sin valor", la que debía agradecer cada trozo de pan. Sintió una punzada de rabia. ¿Había otra vida, otra familia, que le había sido robada mientras ella mendigaba afecto en una casa que la odiaba?

—¿Y por qué me ayuda? —preguntó Sofía, con una desconfianza ganada a pulso—. ¿Por qué revelar esto ahora?

Alexander no evadió la mirada. 

—Inicialmente, por beneficio. Necesito su inteligencia en Thorne Capital. Pero después de ver cómo ese hombre la trató... mi interés cambió. No solo quiero una empleada; quiero ver qué pasa cuando una mujer con su talento recupera su corona. Soy el CEO de Thorne Capital, Sofía. El socio que Mateo daría su vida por tener. Y le ofrezco ser la Directora de Relaciones Públicas de mi conglomerado. Mañana mismo.

—Acepto —dijo ella, sin dudar. Su voz sonó firme, nueva, como el metal templado al fuego.

Dos días después, el apartamento temporal proporcionado por la empresa olía a jazmines frescos y libertad. Sofía había vendido su anillo de bodas, un diamante que ahora le parecía un grillete de vidrio, y sus bolsos de marca. El dinero, sumado a su primer adelanto de salario, le dio una seguridad que nunca había conocido.

Esa noche, Alexander la invitó a una gala de negocios. Era el momento de debutar. 

—Esto no es solo una cena, Sofía. Es su presentación ante la élite. Mírelos a los ojos. Ahora usted es Thorne Capital —le dijo él al recogerla.

Sofía se puso un vestido de noche color esmeralda, elegante y sobrio, que resaltaba la palidez de su piel y la intensidad de su mirada. Al entrar al salón de banquetes del hotel más exclusivo de la ciudad, sintió una oleada de poder. Iba del brazo del hombre más temido de la industria.

Y, como era de esperarse, las víboras estaban allí.

En una mesa central, Mateo Johnson intentaba impresionar a Robert y Lourdes Smith, mientras Camila lucía un collar que, Sofía sabía, Mateo no podía costear. Cuando vieron a Sofía entrar, el vaso de vino en la mano de Mateo tembló. Su rostro pasó del rojo al blanco papel.

Los Smith, envalentonados por su supuesta superioridad, se acercaron con paso altivo. Lourdes fue la primera en atacar. 

—¡Vaya, Sofía! ¿Ya encontraste a otro para que te pague las cuentas? ¿Ni dos días puedes estar sin colgarte del brazo de un hombre? —soltó con una risa estridente que buscaba humillarla ante los invitados. Robert Smith se dirigió directamente a Alexander con una falsa preocupación. 

—Señor Thorne, le advierto por su propio bien. Esta mujer es una mancha. No tiene orígenes, no tiene conexiones. Solo le traerá problemas y arruinará su reputación.

Sofía sintió el viejo dolor, el impulso de bajar la cabeza, pero Alexander apretó su mano sobre su brazo, dándole un anclaje de acero. Él intervino con una voz baja y helada que pareció congelar el aire del salón.

—Señor y Señora Smith —dijo Alexander, y los presentes guardaron silencio absoluto—. Permítanme corregir su ignorancia. Sofía no es una acompañante. Es la Directora de Relaciones Públicas de Thorne Capital. Su valor profesional es más alto que todo el patrimonio neto de su familia. — Alexander miró a Mateo, quien parecía querer ser tragado por la tierra. —Y en cuanto a su "valor social"... A mí no me interesan los linajes de papel. Me interesa el talento. Si su hija Camila tuviera una décima parte de la capacidad de Sofía, señor Smith, quizá su empresa no estaría al borde de la quiebra técnica en la que se encuentra hoy.

La humillación fue total. Los Smith balbucearon, incapaces de responder a la autoridad de Thorne. Pero justo cuando la tensión era máxima, la puerta doble del salón se abrió de par en par.

Un hombre alto, vestido con un traje de corte europeo impecable, entró en el recinto. Su presencia irradiaba una calma peligrosa, la de alguien que no necesita gritar para ser obedecido. Tenía el cabello oscuro y unos ojos grises intensos que resultaban perturbadoramente familiares para todos los que miraban a Sofía.

Caminó con paso firme, ignorando a los meseros y a la seguridad, directo hacia el grupo central. Al llegar frente a ellos, se detuvo a escasos centímetros de Sofía.

La similitud era asombrosa: la misma forma de las cejas, la misma curva orgullosa de los labios y esa mirada penetrante que parecía ver a través de las mentiras. El hombre observó la mano de Alexander sobre la de Sofía por un segundo, y luego clavó sus ojos en ella. Había una mezcla de alivio, furia contenida y una profunda melancolía en su rostro.

—Disculpen la interrupción —dijo el recién llegado. Su voz era como un trueno distante, segura y potente.

Lourdes Smith, intentando recuperar su importancia, espetó: 

—¿Y usted quién es? Esta es una cena privada.

El hombre ni siquiera la miró. Sus ojos no se apartaron de Sofía, quien sentía un escalofrío recorrerle la columna. Era una conexión instintiva, algo que vibraba en su sangre.

—He pasado veinte años buscando una aguja en un pajar —dijo el hombre, ignorando a los demás—. He cruzado océanos siguiendo pistas falsas, solo para encontrarte aquí, rodeada de gente que no es digna ni de pronunciar tu nombre.

Se acercó un paso más, quedando frente a frente con Sofía. Alexander Thorne entrecerró los ojos, reconociendo en el extraño a alguien con un poder que rivalizaba con el suyo.

—¿Quién es usted? —logró preguntar Sofía con la voz quebrada.

El hombre esbozó una sonrisa fría mientras recorría con la mirada a Mateo y a los Smith, quienes retrocedieron instintivamente ante la oscuridad que emanaba de él.

—Alguien que ha venido a cobrar las deudas del pasado, Sofía —respondió él—. Y alguien que va a asegurarse de que cada persona que te hizo llorar, termine rogando por tu perdón de rodillas.

El silencio en el salón era sepulcral. Los Smith intercambiaron miradas de terror puro. El apellido "Lennox" no había sido pronunciado aún, pero el aire estaba cargado con la promesa de una tormenta que apenas comenzaba.

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