Era una foto tomada en la oficina de Ethan.
Él tenía los ojos cerrados, recostado en el sofá. Su saco estaba abierto, y los botones de la camisa deshechos hasta el pecho, dejando ver sus músculos marcados que parecían irradiar testosterona.
En la esquina inferior izquierda de la foto, se alcanzaba a ver un fragmento de una pierna enfundada en medias de seda.
Era evidente que quien había tomado la foto era una loba, y además, desde un ángulo que sugería que estaba montada sobre él, con sus cuerpos estrechamente unidos.
¡Justo en su juego íntimo!
Sosteniendo el celular, sentí que mi corazón se helaba por completo.
Resultó que ya se había estado con otra loba. Todas esas promesas de amarme solo a mí y de envejecer juntos no eran más que mis propias ilusiones.
Y todos esos regalos azules que casi llenaban media habitación solo eran muestras de su remordimiento por sus infidelidades.
El sonido del celular rompió el hilo de mis recuerdos. Lo atendí: era Ethan.
Su voz sonaba llena de alegría:
—Cariño, ya regresé.
—¿Tienes tiempo de pasar por la plaza central de la manada? Te traje un regalo.
Sonreí:
—¿Ah, sí?
—Enseguida voy.
Compré una caja de regalo en una tienda de la calle, me quité el anillo y lo coloqué dentro.
Aquella que alguna vez fue un símbolo de nuestro amor, ahora se lo devolvía a Ethan.
Cuando llegué al lugar, ya había muchos miembros de la manada reunidos en la sala.
Bajo la mirada de todos, Ethan colocó personalmente el deslumbrante collar de diamantes azules alrededor de mi cuello.
—Cariño, yo mismo tallé este diamante.
—Siento mucho no haber podido pasar el Día de los Enamorados contigo, pero surgió una emergencia en la manada que requería mi atención.
Sonreí sin decir nada.
¿Qué clase de emergencia podría ser tan urgente como para no responder mis mensajes durante una semana?
Al ver que no parecía cuestionarlo, Ethan se inclinó aliviado y dejó un beso en mi mejilla.
—Cariño, eres la más comprensiva, como siempre.
En el instante en que se acercó, logré distinguir en su hombro la marca de unos labios.
Un brillante color rosa fucsia que jamás había usado yo.
Fingí no haberlo notado y le alcancé la caja de regalo.
—Esto es para ti. Ábrela dentro de tres días.
La tomó entre sus manos con genuina felicidad:
—Gracias, cariño.
—Desde que estamos juntos, siempre te has esforzado por prepararme un regalo cada año.
—Cuando seamos viejos, con el cabello canoso, sentados en el jardín, viendo a nuestros hijos y nietos corretear por el bosque y las praderas. ¡Qué romántico será!
Doblé levemente las comisuras de los labios, mas no respondí.
Los miembros de la manada que nos rodeaban comenzaron a exclamar entre sí:
—¡Dios mío! ¡Alfa Ethan y Luna Lucy son la pareja más perfecta! ¡Son la definición misma del amor verdadero!
—¡Nunca imaginé que podría existir un vínculo tan armonioso! ¡Hasta me hicieron volver a creer en el amor!
Los flashes de las cámaras comenzaron a destellar. Alguien capturó el momento en que Ethan y yo nos abrazamos, y la foto fue colgada justo en el centro del tablón de anuncios.
Cada persona que pasaba y la veía, no podía evitar suspirar de admiración por el amor envidiable que compartíamos.
Me detuve frente a la imagen, observándola con detenimiento. Hasta que distinguí, en un rincón entre la multitud, un rostro visiblemente molesto.
Era la Beta Nora, la misma que había acompañado a Ethan en ese viaje de negocios.