—¿¡Qué dijiste!? —pronunció Leonardo, con los ojos desorbitados y sin poder creerlo—. ¡Repite eso!
El mayordomo bajó la mirada, con voz temerosa:
—El pequeño Jack ha fallecido, señor. Aquí están los respectivos documentos del funeral y los datos del cementerio…
Leonardo tomó los papeles, y su cuerpo empezó a temblar.
Movió la cabeza, incrédulo, murmurando para sí mismo:
—Esto no puede ser… Lo vi hace poco, estaba bien… ¿cómo puede…?
Me enojé y lo interrumpí con un grito cargado de ira:
—¿Cuándo fue la última vez que viste a Jack? ¡Lleva casi dos años sin verte!
Leonardo se quedó paralizado por unos minutos, con un remordimiento en su mirada, incapaz de responder.
Quiso secarme las lágrimas, pero lo aparté de inmediato.
—¡No me toques! —le ordené, con total indiferencia.
Él respiró profundo, intentando calmarse, y bajó el tono:
—Alicia, sé que estás herida, puedes golpearme o gritarme, pero… ¿podrías al menos no ignorarme?
Lo observé, sintiendo que todo era una burla.
Jack ha muerto. ¿A