Leonardo tenía las manos detrás de la espalda, y me miraba desde arriba con indiferencia:—Cuando le pidas disculpas a Bella, podrás levantarte.Apreté los dientes con rabia y grité:—¡No le voy a pedir disculpas! ¡Aunque me obligues a quedarme de rodillas toda la vida, no lo haré!Leonardo me miró, conteniendo la furia que sentía, y, con voz sombría, dijo:—Entonces, no te levantes nunca.Se sentó en el sofá, y me observó con indiferencia.Isabella se acomodó tranquila a su lado, masajeándole los hombros con ternura:—Leo, ya basta… seguro que mi hermana no lo hizo con mala intención.Leonardo le tomó la mano y le sonrió.—Eres tan buena, igual que cuando eras niña… Tú siempre la viste como tu hermana, pero ella jamás te trató como tal.Isabella, con una expresión tímida y coqueta, se acurrucó en su pecho.Yo los observaba… y no pude evitar sonreír con amargura.Levanté la cabeza, lo miré a los ojos, y, con voz sombría y determinante, le dije:—Leonardo… te odio.Leonar
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