Un mes después, Leonardo apareció en mi casona completamente borracho.
Apenas cruzó la puerta, cayó de rodillas y de repente rompió en llanto:
—Alicia, me equivoqué. ¡En serio me equivoqué! Hasta ahora entiendo quién es en realidad Isabella. Fui un estúpido… me engañó durante años. Alicia, por favor, perdóname. ¡Te juro que cortaré todo contacto con ella! Ni un recurso más.
Lo miré sin sentir absolutamente nada al respecto.
—Si te arrepientes o no —respondí con cierta indiferencia—, no tiene nada que ver conmigo.
—Pero por favor, perdóname. Te lo suplico, sé que estuve mal. —Leonardo se arrastró como perro hasta mis pies, abrazando la tela de mi vestido y, sollozando—. Te juro que de ahora en adelante te voy a cuidar, voy a hacer todo bien.
Lo observé en silencio y solté una sonrisa:
—¿Perdonarte? Leonardo, ¿de verdad no entiendes que cada vez que te miro, recuerdo a Jack?
Su rostro palideció:
—Yo...
Lo empujé:
—A menos que puedas devolverle la vida a Jack, jamás te voy a perdonar.
Leo