Capítulo 4
Leonardo se acercó con preocupación:

—¿Bella, estás bien?

Isabella se dejó caer en sus brazos, señalando la marca de la cachetada en su rostro mientras se quejaba una y otra vez con voz dolida:

—Me duele mucho… Alicia tiene tanta fuerza… ¡Mira cómo me hinchó la cara!

La marca de la mano era muy clara. Leonardo, al verla, sintió una punzada de lástima por ella.

Después de presenciar la escena, un recuerdo de mi infancia cruzó por mi mente.

Una vez, mientras corría en el jardín, tropecé y me caí. Me rasgué la palma y el dolor me hizo llorar de manera desconsolada. Leonardo, con la misma ternura de siempre, me levantó con cuidado, me secó las lágrimas y me llevó a curar la herida.

Pero ahora… la forma en que trataba a Isabella y a mí no podría ser más diferente.

Cerré los ojos, apartando los recuerdos de mi niñez, y los miré con cierta indiferencia.

—¡Alicia, te pasaste de la raya! Pídele disculpas a Bella ahora mismo.

Me di la vuelta y empecé a caminar sin mirarlo.

—¿Quieres que le pida disculpas? Eso jamás.

—¡Detente! ¡Te dije que te disculpes! —exclamó Leonardo, sorprendido, y perdiendo la paciencia.

Crucé los brazos, desafiante, y le contesté:

—¡No!

—¡Deténganla! —le indicó Leonardo, furiosa, a unos betas que se encontraban cerca—. ¡Oblíguenla a pedirle perdón a Bella!

Pero Isabella se interpuso, fingiendo generosidad con su voz suave:

—No, Leo… los betas fueron entrenados para la guerra, podrían lastimarla demasiado. Déjame a mí.

Entonces se acercó a mí… y, sin previo aviso, me dio dos cachetadas seguidas.

Leonardo no se dio cuenta de la expresión en su cara. Pero yo sí. En sus ojos brillaba una profunda crueldad. Y, mientras me golpeaba, extendió sus garras, largas y afiladas, aprovechando así para desgarrarme la piel.

Las dos cachetadas ardían como un fuego insaciable. Sentí que las uñas me rajaban la cara, dejando heridas que comenzaron a sangrar.

Me protegí el rostro con las manos, mirando a Isabella con rabia.

¡Isabella! ¡Eres una víbora maldita! Deja de fingir ser dulce y buena.

Leonardo me vio herida, sangrando, pero en vez de mostrar compasión, dijo con total indiferencia:

—Te lo mereces. ¡Pídele de inmediato perdón a Bella!

Me quedé inmóvil, con la mano en el rostro, profundamente decepcionada.

«Leonardo… ¿te acuerdas? En la primaria, cuando unos lobos feroces me acorralaron, tú apareciste de la nada, me protegiste y me abrazaste con fuerza.

Ese día, te miré con admiración y, en silencio, me prometí que algún día sería tu Luna.

¿Y ahora?»

Levanté la cabeza, conteniendo el dolor, y lo miré decepcionada directo a los ojos.

—¡Jamás voy a pedirle disculpas! —le dije, con los dientes apretados por la rabia.

—¡Sujétenla! —gritó Leonardo fuera de sí—. ¡Quiero que se arrodille!

Dos betas se lanzaron hacia mí, tratando de forzarme a caer de rodillas. Me resistí con todas mis fuerzas, apretando los dientes, negándome a ceder.

Pero ¿cómo iba a poder contra dos betas?

Al final, me vencieron. Terminé arrodillada por la fuerza.

Levanté la cabeza con rabia. Miré fijamente a Leonardo y a Isabella. Mis ojos, llenos de odio.

Odio la crueldad y frialdad de Leonardo.

Odio la maldita falsedad y la maldad de Isabella.

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