Incapaz de seguir concentrándose en los documentos, Mateo se dirigió al dormitorio principal, encontrándolo vacío. Se detuvo frente a la puerta cerrada del baño:
—Valentina, ¿aún no terminas?
El silencio fue su única respuesta. Cuando iba a tocar, la puerta se abrió. Entró para encontrar la bañera vacía, sin rastro de Valentina.
¿Dónde estaba?
Una criada entró en ese momento:
—Señor, la señorita se ha ido.
¿Se había ido? ¿Así, sin más?
Mateo notó el hielo intacto:
—¿No se lo puso en la cara?
—No, dijo que no era necesario.
Encontró una nota sobre la mesita de noche con una simple palabra: "Gracias". Se había marchado en silencio, dejándole solo eso.
Mateo, con las manos en la cintura, soltó una risa amarga.
Cuando la criada se retiró, quedó solo en la enorme habitación. Se apoyó descuidadamente contra el escritorio, sacó un cigarrillo y lo colocó entre sus labios. Sus hombros se encorvaron ligeramente mientras encendía el cigarrillo con un chasquido del mechero.
Inhaló profundamente y