Mundo ficciónIniciar sesiónEl aire en la terraza se volvió gélido en el instante en que Iván terminó de leer la nota que acompañaba a la muñeca.
La furia en su rostro era algo que Alma nunca había presenciado, no era la irritación corporativa de quien pierde un negocio, sino una rabia primitiva, y volcánica.
Con un movimiento violento, Iván arrojó la caja sobre la mesa de cristal, produciendo un estruendo que hizo que los guardias en el perímetro se tensaran.
— ¡Marcus! — rugió Iván — Prepara el avión, quiero a Alma y a su madre en la casa de seguridad de las montañas de Carolina antes del amanecer. ¡Muévanse!
Alma se quedó paralizada un segundo, viendo cómo Iván empezaba a dar órdenes por su teléfono, transformado en un general que evacúa una zona de guerra. El miedo inicial que había sentido al ver su muñeca de la infancia se transformó de repente en una indignación ardiente.
— ¡No voy a ninguna parte! — gritó Alma, plantándose frente a él y obligándolo a soltar el teléfono.
Iván la miró como si hubiera perdido el juicio. Sus ojos grises eran dos tormentas eléctricas.
— ¿No entiendes lo que esto significa? Han entrado en tu pasado, Alma. Saben dónde vivías, qué juguetes tenías, si pueden enviarte esto a mi propia casa, pueden llegar a tu madre en cualquier momento, no voy a permitir que te pase nada. ¡Te vas de Miami ahora mismo!
— ¡Si me voy, pierdes a Kira! — le espetó ella, clavando sus pies en el suelo — Si huyo ahora, Lina usará mi desaparición para decirle a la jueza que tu prometida era una estafadora que se dio a la fuga, no soy un activo que puedas mover de un almacén a otro para protegerlo del inventario, Iván.
— ¡Es por tu seguridad! — insistió él, su voz vibrando con ese trauma antiguo del que Henry le había hablado. El miedo a fallar como protector lo estaba cegando — No entiendes lo que esta gente es capaz de hacer.
— ¡Lo que yo entiendo es que no soy ella! — Alma lo tomó por las solapas de su chaqueta, obligándolo a enfocar la mirada en ella — ¡Mírame, Ivan! Yo no soy esa mujer de tu pasado que se rompió y huyó, he sobrevivido a desalojos, al hambre y a tipos mucho más peligrosos que Julian Vane sin tener un búnker de acero, he viajado por la selva y he atravesado países enteros a pie, ya he huido demasiado. ¡No voy a huir más!
Ivan se tensó todavía más al escucharla, ¡Carajo, esta era una mujer de hierro!
— He decidido enfrentar esto, y no lo hago por el millón de dólares, sino porque Kira me necesita y porque no voy a dejar que estos bastardos me quiten lo único que me queda, mi dignidad.
Iván se quedó mudo.
La fuerza en las palabras de Alma, esa lealtad que no figuraba en ninguna cláusula y que ella le estaba ofreciendo de forma gratuita, rompió la última barrera de su frialdad.
Por primera vez en años, Iván no vio a alguien que necesitaba ser salvado, sino a una aliada. A su igual, la tensión en sus hombros cedió ligeramente y, por un instante, su mano cubrió la de ella sobre su pecho.
Pasaron el resto de la noche encerrados en el despacho, pero la dinámica había cambiado por completo. Ya no era el jefe dando instrucciones a la empleada, eran dos estrategas frente a un mapa de batalla.
Sobre el escritorio de caoba se extendían las fotografías y perfiles de los directivos de la junta del banco y los socios de Vanguard.
Trabajaron codo con codo, analizando debilidades y conexiones, Iván escuchaba con genuino interés las observaciones de Alma sobre las inconsistencias en los registros de acceso que ella misma había detectado cuando trabajaba en cumplimiento.
— Eres increíble — murmuró Iván, observándola mientras ella trazaba una línea de conexión entre Peter Stone y una cuenta fantasma — Tu mente funciona exactamente como la mía, pero con una intuición que yo perdí hace mucho tiempo.
La admiración en sus ojos era evidente, una luz cálida que Alma sintió quemándole las mejillas. Cerca de las cuatro de la mañana, el hambre los alcanzó, Alma fue a la cocina y regresó con un bote gigante de helado con mucho chocolate y dos cucharas.
— Es lo que como cuando el mundo se está cayendo a pedazos — le recordó ella, sentándose en la alfombra junto al escritorio.
Iván, el hombre que solo consumía cenas de cinco platos en restaurantes con estrellas Michelin, se sentó en el suelo junto a ella.
Compartieron el helado en un silencio cargado de una intimidad nueva, real, que no necesitaba de ensayos ni de cámaras, y en ese momento, el escudo de Iván no se sentía como una jaula, sino como un refugio compartido.
Al fin de tanto hablar, Alma se recostó en el sofá del estudio y se quedó dormida, Iván la cubrió con una manta para no despertarla y la contempló por largo rato antes se hacerse un ovillo en el sofá frente ella.
En la mañana, muy temprano, la paz fue brutalmente interrumpida cuando Henry Daniels entró en el despacho sin llamar y los despertó de golpe, traía un sobre oficial de la corte con el sello de “Urgente” en letras rojas.
— Acaba de llegar una notificación de la jueza Davis — dijo Henry, con voz temblorosa — Lina ha solicitado adelantar la audiencia 24 horas, empezamos mañana a las ocho de la mañana.
— Maldita sea... — Iván se puso de pie de un salto — No tenemos tiempo para la última auditoría.
— Hay algo más — Henry miró a Alma con una expresión de profunda pena — Lina ha presentado su lista definitiva de testigos de carácter. Dice que tiene a alguien que conoce la verdadera naturaleza moral de Alma Reyes y que demostrará que este compromiso es una farsa comprada.
Henry deslizó un documento sobre el escritorio.
Alma se acercó, esperando ver el nombre de alguna antigua vecina o un excompañero del banco, pero cuando sus ojos aterrizaron en el último nombre de la lista, sintió que el suelo se abría bajo sus pies.
Ricardo Reyes.
El nombre brillaba en el papel como un estigma, Alma sintió que el oxígeno desaparecía de sus pulmones, el mundo empezó a dar vueltas y el rostro de Iván se volvió borroso.
— No... — susurró Alma, con un hilo de voz — Él está muerto, mi madre me dijo... ella juró que murió en la frontera hace quince años...
— ¿Alma? — Iván la tomó por la cintura justo cuando sus rodillas cedieron.
Alma se desmayó en los brazos de Iván, su cuerpo había colapsado por el impacto psicológico, y mientras Iván la sostenía con desesperación, Henry leyó la nota al pie del documento.
“El Sr. Reyes no solo está vivo, ha estado en la nómina de la familia Holland durante el último mes. Mañana, el padre que Alma no ha visto en una década será quien jure ante la jueza que su propia hija es una mentirosa”.







