20 La Víspera Del Juicio

El mundo de Alma se había reducido a un punto de luz blanca en medio de la oscuridad, cuando abrió los ojos, no estaba en el suelo frío del despacho, sino en el sofá de cuero, con Iván arrodillado frente a ella, sosteniendo sus manos con una firmeza que la anclaba a la realidad.

— Respira, Alma. Solo respira — le ordenaba él, con una voz que contenía un rastro de pánico que nunca le había escuchado.

— Está vivo, Iván... — logró articular ella, con las lágrimas desbordándose finalmente — Mi madre me mintió... todos estos años me dijo que había muerto en un accidente al cruzar la frontera....

Iván no la interrumpió. La dejó hablar mientras le apartaba el cabello del rostro con delicadeza.

— Pero ahora lo entiendo — continuó Alma con un sollozo amargo — No murió, ella huyó de él...  — La chica comenzó z atar cabos — Me protegió de un hombre tan peligroso que prefirió enterrarlo en vida antes que permitir que me encontrara, y ahora Lina lo ha desenterrado para usarlo como un arma. ¡No sé de lo que sea capaz, Ivan!

Iván la atrajo hacia sí, envolviéndola en un abrazo que no tenía nada de calculado.

— Entonces no pelearemos solo por Kira, pelearemos por la verdad de tu madre, ese hombre no tiene poder sobre ti, a menos que tú se lo des — Le dijo con firmeza y mirándola a los ojos.

El día transcurrió como un sueño febril.

La mansión estaba en silencio, con una calma antinatural que precedía a la tormenta que estallaría en la corte a la mañana siguiente. Iván no fue al banco, no tenía cabeza para la oficina, canceló todas sus citas y se quedó en la casa, moviéndose como una sombra protectora alrededor de Alma y de Kira.

A Alma la observaba desde la distancia.

Ella tenía ojeras profundas, marcas de la noche de insomnio y del golpe emocional, y se veía sumida en sus pensamientos, recorriendo los pasillos como si buscara una salida que no existía.

Solo su rostro se iluminaba, rompiendo en una sonrisa frágil y genuina, cuando Kira se acercaba a ella con un dibujo o un libro, verlas juntas provocaba en Iván un nudo de angustia, si perdían mañana en la Corte, ese vínculo se cortaría para siempre.

Cerca del atardecer, se encontraron en la biblioteca. Ya no quedaba espacio para las cláusulas, los anexos o las mentiras.

— Alma, mírame — dijo Iván, cerrando la puerta para asegurar su privacidad — Mañana, cuando entremos en esa sala, el contrato de Henry Daniels dejará de existir para mí, no me importa el millón de dólares, ni las auditorías, ni lo que diga tu padre.

Ella lo miró, confundida por la intensidad de su tono.

— Si la jueza decide que esto es un fraude, si nos quitan a Kira, si todo se derrumba... mi promesa sigue en pie — continuó él, dando un paso hacia ella —. Protegeré a tu madre, y te protegeré a ti. Te daré los mejores abogados y me aseguraré de que nadie toque un solo cabello de tu cabeza, esto ya no es una obligación legal, es una promesa personal. Pase, lo que pase en esa corte, ¡no estás sola!

Alma sintió que el peso que cargaba en los hombros se aligeraba por primera vez en semanas, saber que el hombre de hielo finalmente se había derretido por ella y que no la dejaría sola le daba fuerzas.

Al caer la noche, subieron a la suite principal para preparar la vestimenta del juicio, el traje sastre azul marino de Alma descansaba sobre la cama, impecable y frío, Iván se acercó a la caja fuerte empotrada en la pared y, tras girar el dial, extrajo un pequeño estuche de terciopelo azul medianoche.

— El anillo que llevas es una pieza de utilería que compramos en la joyería del hotel — dijo Iván, abriendo el estuche — Esto es diferente.

Dentro descansaba un anillo de platino con un diamante de corte esmeralda, rodeado de zafiros que brillaban con una luz antigua y noble.

— Es una joya de la familia Lockwood, mi abuela lo usó durante cincuenta años — explicó con una solemnidad que le quitó el aliento a Alma — Para que no duden, como dicta el protocolo, pero quiero que lo lleves tú.

Él tomó la mano izquierda de Alma. El gesto fue lento, y deslizó el anillo en su dedo anular, y el peso del metal real se sintió como un sello de destino, una sensación totalmente distinta que al usar el anillo anterior.

Iván mantuvo su mano sujeta, sus pulgares acariciando sus nudillos, mientras sus ojos se encontraban en una promesa muda, y en ese momento, ambos sabían que la farsa había muerto, lo que quedaba era algo mucho más aterrador y hermoso.

Iván se retiró a su vestidor para terminar de organizar los documentos finales, dejando a Alma un momento a solas para cambiarse. Ella se sentó en el borde de la cama, observando cómo el diamante capturaba la luz de las lámparas.

Se recostó un momento, agotada, apoyando la cabeza cerca del cabecero de madera tallada, y al hacerlo, un pequeño destello metálico, casi imperceptible entre las sombras del tallado, llamó su atención.

Alma frunció el ceño y pasó los dedos por la madera, y sus uñas tropezaron con algo pequeño, circular y liso.

Con el corazón acelerado, tiró con cuidado.

Era un micrófono de alta sensibilidad, del tamaño de un botón, pegado con adhesivo justo detrás de donde sus cabezas descansaban cada noche.

— Iván... — llamó ella, con la voz apenas audible.

Él entró en la habitación de inmediato, notando el rastro de terror en su rostro, y cuando Alma le mostró el dispositivo en la palma de su mano, el silencio en la suite se volvió sepulcral.

Ambos comprendieron la magnitud del desastre en un segundo.

El enemigo no solo tenía el contrato, lo habían escuchado todo, sabían que el matrimonio era un negocio, sabían de sus planes, de sus miedos... y lo más peligroso de todo, tenían grabada cada palabra de afecto real, cada confesión de debilidad y cada susurro que probaba que Iván Lockwood, el hombre que nunca perdía, se estaba enamorando perdidamente de su mayor mentira.

Iván tomó el micrófono y lo aplastó bajo su zapato con un crujido seco, pero el daño ya estaba hecho. Miró a Alma, esperando verla desmoronarse, pero ella se mantuvo firme, con el anillo de la familia Lockwood brillando en su mano.

— Saben que es un contrato — susurró Alma — pero también saben que lo que siento por Kira es real, y que lo que está pasando entre nosotros... no estaba en el papel.

Iván se acercó a ella y, por primera vez, no hubo vacilación, la rodeó con sus brazos, hundiendo el rostro en su cuello, buscando en ella la fuerza que su dinero no podía comprar mientras ambos se fundían en un abrazo fuerte.

— Mañana entraremos ahí y negaremos cada palabra de esas grabaciones si es necesario — dijo Iván contra su piel — Mañana, tu padre será solo un fantasma, y no podrán quitarnos lo que hemos construido, Alma. Ni Julian, ni Lina, ni el pasado.

Se quedaron así, abrazados en la penumbra de la habitación, en la que podría ser su última noche de paz antes de que el mundo entero intentara separarlos. Iván la besó en la frente con una ternura infinita, en una promesa silenciosa de que, si caían, lo harían juntos.

Mientras ellos compartían ese momento dulce, a pocos kilómetros de allí, en un hotel de lujo, Ricardo Reyes, el padre de Alma, terminaba de repasar su declaración frente a Lina Holland.

Ella le entregó un sobre grueso con dinero y una sonrisa gélida.

— Recuerda, Ricardo — siseó Lina — No solo tienes que decir que ella es una estafadora. Tienes que convencer a la jueza de que Alma Reyes es idéntica a ti, una persona que abandona a quienes ama cuando las cosas se ponen difíciles.

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