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15 El Refugio De Las Sombras

El estruendo de la alarma no fue solo un sonido, fue una onda expansiva que sacudió los cimientos de la mansión y destrozó el hechizo que los mantenía unidos contra la pared.

El rojo de las luces de emergencia bañó el rostro de Iván, devolviéndole instantáneamente esa máscara de frialdad que Alma tanto temía y, a la vez, agradecía en ese momento.

— ¡Muévete! — rugió Iván, su voz cortó el aullido de las sirenas.

Ya no era el hombre que estaba a punto de besarla, era más como un soldado en su propio territorio.

Sacó una pistola del cinturón con un movimiento fluido y profesional, y Alma, con el corazón golpeando sus costillas como un animal enjaulado, no esperó instrucciones.

Su instinto, forjado en años de proteger a su madre en los barrios más duros, le dio una orden clara, Kira.

Sin mirar atrás, Alma salió corriendo hacia la habitación de la niña, el pasillo, antes elegante y acogedor, se había transformado en un túnel de sombras y destellos escarlatas. Escuchó un estruendo metálico proveniente de la planta baja, era el sonido de un ventanal blindado siendo forzado con alguna clase de explosivo, seguido del eco de pasos pesados sobre el mármol.

— ¡Kira! — gritó Alma al irrumpir en el cuarto de la niña.

La habitación estaba en penumbra.

La pequeña no estaba en su cama, y el pánico amenazó con paralizar a Alma, hasta que escuchó un sollozo ahogado bajo el dosel de la cama, se arrodilló, desgarrándose el dobladillo del vestido de seda, y encontró a la niña hecha un ovillo, con los ojos dilatados por un terror absoluto.

— Cariño, mírame, soy yo, es Alma — susurró, forzando una calma que no sentía, y extendió sus brazos hacia ella — Tenemos que irnos, confía en mí, no voy a soltarte.

Kira se lanzó hacia ella con una fuerza desesperada y Alma la alzó en vilo, ignorando el peso y el cansancio de sus propios músculos.

Al salir al pasillo, la oscuridad era casi total, rota solo por el parpadeo rítmico de la alarma, el aire olía a pólvora y a la humedad de la tormenta que entraba por las brechas de seguridad.

Creeeck.

El sonido de cristales rompiéndose resonó justo detrás de ellas y Alma aceleró el paso, sintiendo el sudor frío corriéndole por la espalda, podía oír la respiración de los intrusos, hombres que se movían con una eficiencia aterradora, demasiado profesional para simples ladrones.

— ¡Aquí! — La voz de Iván surgió en un susurro de la oscuridad, cerca del ala principal.

Él apareció como una sombra protectora, cubriendo la retaguardia con su arma en alto.

Tomó a Alma del hombro y la empujó hacia un panel de madera que parecía parte decorativa del muro, y con una mano, presionó una secuencia en un teclado oculto y colocó su ojo frente a un escáner casi invisible.

— Entren. ¡Ya! — ordenó.

La puerta se deslizó sin hacer ruido, revelando un espacio pequeño pero equipado con tecnología de vanguardia, y lo mínimo necesario para la supervivencia en caso de ataque.

Era la habitación del pánico, un búnker de acero reforzado oculto en el corazón de la suite principal.

En cuanto Alma y Kira cruzaron el umbral, Iván cerró el mecanismo y el silencio resultante fue casi tan violento como el ruido de la alarma, un vacío absoluto donde solo se escuchaban sus respiraciones agitadas.

Iván no entró de inmediato.

Se quedó fuera, asegurando el perímetro externo antes de deslizarse dentro del búnker dos minutos después.

Cuando lo hizo, su camisa blanca estaba manchada de hollín y su mirada tenía el brillo maníaco de un hombre que acababa de asomarse al abismo y había logrado cerrarlo a tiempo.

El búnker estaba iluminado por una luz led blanca, aséptica y fría, Alma depositó a Kira en un pequeño sofá de cuero en la esquina, envolviéndola en una manta térmica mientras la niña temblaba incontrolablemente.

Iván estaba de pie frente a la consola de monitoreo, con los hombros tensos y el arma aún en la mano, su pecho subía y bajaba con violencia, mientras la adrenalina todavía le dictaba órdenes, pero al ver a Alma, su expresión se suavizó por una fracción de segundo.

— ¿Están bien? — preguntó Iván. Su voz sonaba metálica, despojada de su habitual arrogancia.

— Ella está físicamente bien, pero aterrada — respondió Alma. Se puso de pie y se acercó a él, al notar un rastro de sangre en la palma de la mano de Iván, sus ojos se abrieron de par en par — Estás herido.

— Es solo un roce. No es nada.

— Déjame ver, Iván, y no es una pregunta — replicó ella, usando ese tono de autoridad que había empezado a desarmarlo desde el primer día.

Iván, para su propia sorpresa, bajó el arma y extendió la mano dejándose cuidar

Alma tomó un botiquín de los estantes del búnker y empezó a limpiar la herida con manos firmes y seguras, la cercanía física, encerrados en aquel espacio de dos por tres metros, reactivó instantáneamente la tensión del casi beso del pasillo.

Pero esta vez, la energía era distinta, estaba filtrada por la cruda realidad de la supervivencia.

Iván observaba a Alma mientras ella trabajaba.

La admiración crecía en su pecho como un incendio forestal, había visto a muchas mujeres en situaciones de crisis, pero ninguna había reaccionado como ella.

No hubo histeria, y no hubo reclamos.

Alma Reyes había corrido hacia el peligro por su hija sin dudarlo un segundo.

— Fuiste muy valiente allá afuera — dijo Iván, su voz era apenas un susurro que rompió el silencio del búnker — No tenías por qué hacerlo, el contrato no cubre salvar vidas…

Alma levantó la vista, y sus ojos amelados se conectaron con los de él. Estaban tan cerca que podía ver el sudor en su sien.

— ¡No seas ridículo! Cualquiera lo habría hecho, es lógico, ¿No?

Él ladeó la cabeza un momento.

— ¿Lógico? — Preguntó extrañado, para Lina, nunca había sido, lógico correr a proteger a su propia hija, pero para esta chica latina, era más que obvio, definitivamente, los golpes de la vida forjan el carácter, y Alma era seguramente prueba viviente de ello.

La tensión entre los dos volvió a subir de nivel, alimentada por el alivio de estar vivos.

Iván acortó la distancia, su mano sana rozando la mejilla de Alma, retirando un mechón de cabello manchado de polvo, y, por un momento, el peligro externo pareció una excusa lejana para permitirse sentir lo que ambos estaban negando.

Iván se inclinó, buscando de nuevo sus labios, pero un pitido agudo de la consola de seguridad los separó.

— Se han ido — dijo Iván, recuperando la frialdad profesional mientras se sentaba frente a las pantallas.

Tomó su tableta y empezó a rebobinar las grabaciones de las cámaras térmicas y de alta definición, el equipo de seguridad externa ya estaba llegando a la propiedad, pero los intrusos habían desaparecido en la oscuridad de la bahía en menos de cinco minutos.

— ¿Qué buscaban? — preguntó Alma, acercándose a la pantalla mientras mantenía una mano sobre el hombro de la dormida Kira — ¿Dinero? ¿Joyas?

Iván revisó los sensores de las cajas fuertes, todo estaba intacto, nada de valor material había sido tocado. Los intrusos se habían movido directamente al salón principal y luego al despacho, pero no para robar.

— Mira esto — dijo Iván, señalando la pantalla con un gesto sombrío.

Una de las cámaras enfocaba el gran espejo de cristal veneciano del salón principal, uno de los hombres, vestido con equipo táctico negro y sin insignias, se había detenido frente al espejo antes de salir, y usando una punta de diamante, había grabado un símbolo rápido y preciso en el cristal.

Iván amplió la imagen, y sus manos, antes firmes, empezaron a temblar ligeramente sobre la tableta. No era un graffiti al azar., era un logotipo corporativo, un fénix estilizado envuelto en una balanza.

— ¿Qué significa eso? — preguntó Alma, notando la palidez en el rostro de Iván.

Iván cerró los ojos, sintiendo que el pasado le golpeaba con la fuerza de un mazo.

— Es el sello de Vanguard Asset Holdings, una corporación que destruí legalmente hace cinco años tras un escándalo de fraude masivo, su dueño, Julian Vane, juró que me quitaría todo lo que yo amaba antes de que terminara su condena.

— Pero... tú dijiste que la empresa ya no existe — susurró Alma.

Iván miró la pantalla con una expresión de puro terror contenido, no era Lina Holland y no era solo por una simple disputa de custodia, esto era una guerra de aniquilación.

— Creí que los había enterrado — dijo Iván, con su voz cargada de una oscura revelación —  Pero no vinieron a robarme, Alma, vinieron a marcar el territorio, han vuelto... y esta vez no vienen por mi dinero. Vienen por mi familia.

Alma tragó grueso, no tenía idea de que alguien tan importante y rico como Ivan, tuviera este tipo de luchas, de pronto, añoró su antigua e insípida vida de regreso.

Iván pasó a la siguiente cámara, la del pasillo de la suite principal, y en el suelo, justo donde ellos habían estado a punto de besarse minutos antes, los intrusos habían dejado un sobre negro con una sola palabra escrita en letras doradas, perjurio.

Alguien sabía la verdad absoluta sobre su compromiso de contrato antes de que pusieran un pie en la corte.

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