Mundo ficciónIniciar sesiónEl silencio que siguió a la revelación de Alma fue tan denso que el tic tac del reloj de péndulo en la biblioteca parecía un martillazo.
Iván la observaba con una intensidad nueva, una mirada que ya no buscaba fallos en su actuación, sino que intentaba descifrar la mujer que se escondía tras la empleada desesperada, esa versión de Alma Reyes que no conocía.
— ¿Singapur y las Islas Caimán? — repitió Iván, su voz era un murmullo ronco que vibraba en el aire cargado — ¿De dónde sacaste eso, Alma?
Alma se cruzó de brazos, intentando ocultar el temblor de sus manos, la adrenalina de haber engañado a un tiburón como Peter Stone aún recorría sus venas.
— Trabajé tres años en el departamento de cumplimiento del banco, Iván, sé cómo suenan las mentiras que los hombres como Peter quieren creer. Él buscaba una debilidad financiera, así que le di un espejismo de fortaleza ilegal — Le explicó, mientras las comisuras de sus labios se elevaban un poco — Ahora pasará los próximos días intentando rastrear fondos que no existen en bancos que no lo reconocerán, lo he distraído de la verdadera auditoría.
Iván dio un paso hacia ella, rompiendo la distancia de seguridad que se habían impuesto desde la noche de la gala.
La sorpresa en su rostro se transformó en una admiración cruda, y casi salvaje, no era solo que ella fuera inteligente, era que había usado su inteligencia para protegerlo a él, arriesgando su propia posición en el juego.
— Has sido brillante — admitió él, deteniéndose a solo unos centímetros, su mirada descendió a los labios de Alma por un segundo antes de volver a sus ojos — Peter es un experto en detectar el miedo, pero tú le diste ambición, lo has neutralizado con su propia codicia.
La mirada entre los dos se sostuvo por demasiado tiempo, y alma fue la primera en bajar la vista, la tensión en la habitación podía cortarse y se volvía casi insostenible.
No era la tensión de un negocio o de un contrato legal, era el magnetismo violento de dos cuerpos que, tras días de represión, empezaban a actuar por cuenta propia.
Alma podía sentir el calor que emanaba de Iván, el olor a tabaco caro y a la lluvia que aún humedecía su chaqueta, y a esa colonia costosa que podía volver loca a cualquiera, y que, de las cosas que podían definir a Ivan Lockwood, esa era una de las que más le gustaban a Alma, al menos, de su presentación personal.
Iván levantó una mano, rozando casi imperceptiblemente el mechón de cabello que caía sobre la frente de Alma, el contacto mínimo fue como una descarga eléctrica y Alma contuvo el aliento, esperando que él cerrara la distancia, deseando y temiendo al mismo tiempo que el contrato se hiciera añicos en ese instante, y las cláusulas se fueran por el drenaje.
Pero Iván, el maestro del control, el hombre que había construido muros de hielo para sobrevivir a sus propios traumas, se tensó, su mandíbula se apretó y sus ojos se oscurecieron con una lucha interna que Alma no alcanzó a comprender del todo.
— Tengo... tengo trabajo que revisar — dijo él bruscamente, retirando la mano como si se hubiera quemado — Quédate aquí. No salgas de la mansión, no hay que darles cuerda.
Sin esperar respuesta, Iván giró sobre sus talones y salió de la biblioteca con una prisa que rozaba la huida, mientras Alma se quedaba sola con el corazón martilleando contra sus costillas y el sabor de una oportunidad perdida quemándole la garganta.
La noche cayó sobre Brickell con una tormenta tropical que golpeaba los ventanales de la mansión, el ambiente dentro de la casa no era más calmado, la fricción entre Alma e Iván, alimentada por el deseo reprimido y buscaba cualquier grieta para estallar.
El conflicto surgió por algo aparentemente trivial, Kira.
Alma había permitido que la niña se quedara despierta media hora más para terminar un dibujo en el jardín cubierto, mientras la lluvia arreciaba afuera, para Alma, era un momento de paz, para Iván, era una ruptura intolerable de su rígido protocolo de seguridad y sus propias normas.
— ¡Te dije que a las ocho debía estar en su habitación! — rugió Iván en el pasillo, su voz resonaba contra las paredes de mármol — ¿Tienes idea de lo peligroso que es dejarla cerca de los ventanales con esta tormenta? ¿Y si cae un rayo? ¿Y si alguien aprovecha el ruido para acercarse?
Alma, que ya estaba agotada por la tensión del día, no retrocedió, y se enfrentó a él en medio del pasillo, con la cara encendida por la indignación.
— ¡Es una niña, Iván, no un prisionero de guerra! — le gritó ella — Solo estaba dibujando. Estaba feliz. ¡Algo que rara vez sucede en esta casa llena de reglas y sombras! no puedes protegerla de la vida, prohibiéndole vivirla.
— ¡Tú no sabes nada sobre protegerla! — Iván dio un paso furioso hacia ella, gesticulando con vehemencia.
En el calor de la discusión, Alma intentó pasar por su lado para ir al cuarto de Kira, pero el suelo de mármol, húmedo por las gotas que Iván había traído de la calle, la traicionó, su pie resbaló y soltó un grito ahogado mientras perdía el equilibrio.
Iván reaccionó con la velocidad de un depredador, la rodeó con sus brazos para evitar que cayera, tirando de ella hacia su pecho con una fuerza que los dejó pegados de arriba abajo.
El choque físico fue el detonante final, y la rabia de la discusión se transformó instantáneamente en otra cosa, en una necesidad física desesperada.
Alma jadeó, con las manos apoyadas en los hombros de Iván para estabilizarse, sus pechos subían y bajaban rítmicamente contra el torso de él, y podía sentir la dureza de sus músculos y el latido desbocado de su corazón.
De nuevo ese encuentro de miradas fue demasiado largo hasta que ella habló.
— Suéltame — susurró ella con la voz entrecortada, aunque sus dedos se enterraron en la tela de su camisa, atrayéndolo más.
Ivan pareció estar absorto, perdido en sus enormes ojos cálidos y al fin respondió por lo bajo.
— No puedo — Él dijo, con una voz que era poco más que un gruñido — No puedo soltarte, Alma.
La atracción física era ahora innegable, un hecho bruto y aplastante que invalidaba cualquier cláusula escrita.
Como dijo, Iván no la soltó, al contrario, la apretó más contra él con sus ojos fijos en los de ella en una mezcla de desesperación y deseo que le quitó el aliento a Alma.
Él la empujó suavemente, pero con una determinación absoluta, hasta que la espalda de Alma chocó contra la pared de madera noble del pasillo.
La acorraló, colocando ambas manos a los lados de su cabeza, bloqueando cualquier salida.
Su rostro estaba a milímetros del de ella, Alma podía sentir el calor de su aliento, ver las motas doradas en sus ojos grises y la tensión en sus labios. Estaban en ese umbral peligroso donde el contrato se rompía y la realidad comenzaba.
— He intentado ser el hombre que el contrato exige — dijo Iván, su voz vibrando con una intensidad que hizo que Alma temblara — He intentado tratarte como una empleada, como una herramienta, pero cada vez que entras en una habitación, cada vez que ríes con Kira, cada vez que me desafías... me cuesta más recordar por qué empezamos esto.
Alma tragó saliva, su mirada seguía fija en la boca de Iván, y la cercanía era una tortura deliciosa.
— Entonces deja de recordar, Iván, y olvida el contrato por un segundo — Ella apenas si pudo articular arriesgándose a todo.
Iván se inclinó más, hasta que su nariz rozó la de ella, y el mundo exterior, la tormenta, Lina, el banco y el millón de dólares desaparecieron. Solo quedaba el calor de sus cuerpos y la promesa de un beso que ambos habían estado evitando desde la noche de la gala.
— Si cruzo esta línea, Alma... no habrá vuelta atrás — advirtió él, mientras su mano descendía lentamente hasta acariciar el cuello de ella en un roce que la hizo estremecer — Si te beso ahora, dejarás de ser mi prometida de contrato para convertirte en algo mucho más peligroso…
Iván cerró los ojos y se inclinó, sus labios apenas rozaron los de Alma en una caricia que era una pregunta y una súplica al mismo tiempo.
Y justo cuando ella iba a rodear su cuello con sus brazos, el sonido estridente de una alarma de seguridad empezó a aullar en toda la mansión, rompiendo el hechizo.
Las luces rojas de emergencia empezaron a girar en el pasillo, Iván se separó bruscamente, volviendo a ser el hombre de hielo en un segundo.
“Se han saltado el perímetro”, dijo, sacando un arma oculta de su cinturón.
“A la habitación de pánico. ¡Ahora!”







