Mundo ficciónIniciar sesiónEl trayecto de regreso a la mansión de Brickell fue un sepulcro de cristal y cuero, el Bentley se deslizaba por las calles desiertas de Miami, pero dentro de la cabina el aire era tan espeso que Alma sentía que podía cortarlo con un dedo.
El sabor del beso, una mezcla de champán, rabia y algo mucho más profundo y aterrador, seguía quemándole los labios.
Iván Lockwood no se movía.
Su perfil, iluminado por los destellos intermitentes de las farolas, parecía tallado en obsidiana, mantenía las manos cerradas sobre sus rodillas, y los nudillos blancos.
No la había mirado ni una vez desde que salieron del hotel Biltmore, la farsa había alcanzado una cota de intensidad que no figuraba en ninguna de las cláusulas del contrato redactado por Henry Daniels.
— ¿Vas a decir algo? — preguntó Alma finalmente, incapaz de soportar el silencio un segundo más.
— ¿Sobre qué? — La voz de Iván era un latigazo de indiferencia — Hicimos lo que teníamos que hacer, Lina quedó humillada y la prensa tiene la foto que necesitamos para la audiencia. El objetivo se cumplió — Dijo con una sequedad impresionante.
Alma soltó una risa seca, cargada de incredulidad.
— No me hables de objetivos, Iván, ese beso no fue una estrategia de marketing, sentí cómo te temblaban las manos. Sentí cómo... — Se calló, dándose cuenta de que estaba exponiendo su propia vulnerabilidad — No soy una niña…
Iván giró la cabeza con una lentitud depredadora.
Sus ojos eran dos pozos de frialdad absoluta, un muro que acababa de levantar para protegerse de lo que acababa de suceder.
— Lo que sentiste fue a un hombre haciendo su trabajo, si te has confundido, Alma, recuerda cuánto costó el vestido que llevas puesto, el millón de dólares cubre las actuaciones, no mis sentimientos. No te confundas, para mí, no eres más que el medio para mantener a mi hija conmigo.
El golpe fue certero y peor que una bofetada.
Alma sintió que la sangre se le subía al rostro, por la furia de haber permitido que él viera una fisura en su orgullo.
— Eres un monstruo, Lockwood — susurró ella, apretando el bolso contra su regazo — ¿Esto también es parte del precio? ¿Tengo que soportar tu desprecio cada vez que te asustas de tu propia humanidad? ¡No sabía que eso también venía en el maldito contrato!
— Si eso es lo que hace falta para ganar, sí — respondió él, volviendo la vista a la carretera mientras el coche entraba en la propiedad.
Al llegar a la mansión, el ambiente de gala se disolvió instantáneamente ante una realidad mucho más urgente, la niñera, una mujer de rostro cansado, los esperaba en el vestíbulo con una expresión de pánico.
— Sr. Lockwood, menos mal que llegaron, Kira... no está bien… — El miedo en los ojos de la mujer les dijo más que sus palabras.
Iván se transformó.
La frialdad corporativa desapareció, reemplazada por el instinto de un animal herido, subió las escaleras de dos en dos, con Alma siguiéndolo de cerca, olvidando por un momento la guerra que mantenían entre ellos.
Encontraron a Kira en su cama, con el rostro encendido por la fiebre y los rizos dorados pegados a la frente por el sudor, la niña sollozaba débilmente, moviéndose con inquietud entre las sábanas de seda.
— ¡Kira! — Iván se arrodilló a su lado, tomándole la temperatura con la mano — Llama al doctor Miller. ¡Ahora mismo! — le ordenó a la niñera sin mirar atrás.
Iván intentó tomar a la niña en brazos para consolarla, pero Kira, en su delirio febril, lo apartó con un gemido.
— No... quiero a Alma. Quiero a Alma — susurró la pequeña, varias veces, y extendiendo sus manos temblorosas hacia la mujer que estaba de pie en la puerta.
Iván se quedó paralizado.
Fue un momento de derrota pública ante la mujer que acababa de insultar, sus brazos se quedaron suspendidos en el aire, vacíos, Alma, sin dudarlo, se acercó y se sentó en el borde de la cama, ignorando la mirada de piedra de Iván.
— Aquí estoy, mi amor — dijo Alma con una dulzura que parecía brotar de un manantial inagotable — Estoy aquí — quitándole con cuidado un mechón de la cara.
En cuanto Alma la rodeó con sus brazos, el llanto de Kira se detuvo. La niña se aferró al cuello de Alma, escondiendo la cara en el hueco de su hombro, buscando el calor y la seguridad que solo una madre, o alguien que actuaba con el corazón de una, podía ofrecer.
Iván se puso de pie lentamente.
Ver a su hija rechazarlo para buscar refugio en la empleada que él intentaba despreciar fue un golpe más duro que cualquier amenaza de Lina.
Se quedó en un rincón de la habitación, observando cómo Alma, aún vestida con el satén esmeralda de la gala, empezaba a canturrear una canción de cuna en español, su idioma natal, una melodía suave que llenaba los huecos fríos de la habitación.
— Vete, Iván — dijo Alma sin mirarlo — Yo me encargo, ella necesita calma, no tu tensión.
Iván quiso replicar, quiso imponer su autoridad, pero al ver el rostro de Kira relajándose por primera vez en horas, se dio cuenta de que no tenía armas contra eso. Salió de la habitación en silencio, sintiéndose un extraño en su propia casa.
Pasaron las horas.
El médico llegó, administró un antipirético, e hidratación y confirmó que era una gripe estacional agravada por el estrés de los últimos días, pero Iván no pudo dormir, se quedó en su despacho, bebiendo whisky y mirando los informes financieros, pero sus oídos estaban sintonizados al piso de arriba.
Cerca de las tres de la mañana, movido por una inquietud que no podía nombrar, regresó al cuarto de su hija, empujó la puerta con suavidad, esperando encontrar a la niñera o a Alma despierta.
Lo que vio lo detuvo en seco.
La luz de la luna entraba por el ventanal, bañando la habitación de un azul plateado, Alma se había quedado dormida en la cama de Kira, abrazada a la pequeña, el vestido verde estaba arrugado, el peinado sofisticado se había deshecho y sus pies descalzos asomaban por debajo de la colcha.
Kira dormía profundamente, con una mano pequeña entrelazada en los dedos de Alma.
Iván se apoyó en el marco de la puerta, el cinismo que lo había protegido durante años empezó a desmoronarse.
Siempre había pensado en esa mansión como una inversión, un símbolo de su poder, una fortaleza contra sus enemigos, pero nunca, ni siquiera cuando estaba casado con Lina, esa casa se había sentido como un hogar.
Por primera vez, el silencio no era gélido, era muy cálido. Había una paz en esa habitación que el dinero no podía comprar y que su contrato no podía exigir, observó el rostro de Alma, libre ahora de su orgullo y de la rabia, se veía hermosa, vulnerable y real.
Sintió una fisura profunda en su coraza.
Aquella mujer estaba salvando a su hija, y de paso, estaba empezando a salvarlo a él de su propia soledad, aunque él se resistiera con todas sus fuerzas.
El sabor de la mentira del beso de la gala empezó a transformarse en algo mucho más peligroso, la posibilidad de una verdad que no estaba dispuesto a dejar surgir, ni tampoco a querer enfrentar.
Iván dio media vuelta para retirarse, pero al hacerlo, su teléfono vibró en el bolsillo, era un mensaje de Peter Stone con un archivo adjunto.
“Iván, mira lo que hemos encontrado en los registros del hospital donde está la madre de tu prometida' Parece que Alma Reyes no es la única que tiene secretos. ¿Sabías que su padre no está muerto como ella dice?”.







