Capítulo 2
El Campeonato Internacional de Ajedrez se llevaba a cabo de noviembre a finales de diciembre. El día que firmé el consentimiento para la eutanasia, la televisión transmitía en vivo un evento de caridad al que Julian asistía.

Era el invitado de honor en la gala del Fondo “Ajedrez en la Educación”, el ajedrecista norteamericano más aclamado. El presentador le preguntaba sobre el próximo torneo.

—¿Crees que puedas ganar el campeonato?

Cuando Julian iba a hacer a un lado el micrófono, una mujer a su lado tomó las riendas de la conversación con elegancia. Era Chloe, la protegida de Julian.

Era muy respetada en la comunidad internacional de ajedrez. Los medios la llamaban la Reina del Ajedrez, y la opinión pública los veía a ella y a Julian como la pareja ideal.

—Yo respondo.

Había muy pocas personas en las que Julian confiara lo suficiente como para dejarlas tomar la iniciativa. Chloe era, sin duda, una de ellas.

Julian la miró agradecido mientras ella lidiaba con la prensa.

—Julian nunca habla en público de la presión de los torneos —dijo Chloe, mientras le acariciaba suavemente el brazo.

Los sutiles hoyuelos que se le formaban en las mejillas eran encantadores. Si yo hubiera interrumpido así, Julian me habría callado.

Pero el de la pantalla solo asintió, con una mirada suave, y susurró:

—Gracias.

No recuerdo mucho de la subasta benéfica que siguió. Solo recuerdo que, al final, el presentador le hizo a Julian una pregunta muy personal.

—La vida está llena de decisiones complicadas. Tengo curiosidad, ¿nuestro gran maestro se ha enfrentado alguna vez a una que fuera realmente difícil?

Chloe estaba a su lado, expectante. Julian no dejaba de mirarla.

Su mirada era profunda y concentrada.

Había mucho ruido en el lugar y apenas pude escuchar su respuesta final. Solo alcancé a escuchar un fragmento.

—A veces tienes que tomar decisiones que no quieres, por razones que escapan a tu control.

Me odié por haber escuchado esa frase. Ya me estaba muriendo y, aun así, me importaban todas estas estupideces relacionadas con Julian.

Después de diez años a su lado, cada pequeño detalle sobre él todavía me destrozaba por dentro. Era tan imposible de descifrar como sus partidas de ajedrez.

Para ser honesta, he sido insegura desde que conocí a Julian en la adolescencia. Mi amor era demasiado intenso y esperaba que él me correspondiera con la misma fuerza.

Pero era un hombre indiferente, era imposible llegar a él. Lo peor era que yo estaba dispuesta a perderme en su indiferencia.

Una vez, le insistí hasta el cansancio para que me llevara a una fiesta en la zona este de Manhattan. Fue en ese bar exclusivo donde conocí a Chloe por primera vez.

Un grupo de jóvenes de la alta sociedad, whisky y champaña creaban un ambiente animado. A ese tipo de gente le encantaba decir la verdad bajo los efectos del alcohol.

Un tipo que acababa de obtener su título de Maestro levantó su copa de martini y lo retó.

—A ver, en serio, ¿no te provoca nada esa rubia? Tu novia está aquí, es la oportunidad perfecta para que se entere de lo que piensas. ¡Sé sincero!

Julian había bebido demasiado tequila y, detrás de sus lentes, tenía las pupilas dilatadas por el alcohol. Se volteó lentamente hacia mí, con la voz enronquecida por la borrachera.

Sonrió de lado.

—¿Que qué pienso de ella? No necesito explicarle nada. Sabe que mientras ella esté ahí, yo puedo enfocarme en el ajedrez.

Sentí que por fin podía respirar de nuevo. Más tarde, llevé a Julian en el auto de regreso al departamento.

Lo vi correr directo al estudio y buscar frenéticamente entre todos los problemas de ajedrez sin resolver de la historia. Se encerró ahí por dos días, sin comer ni beber, y solo recuperó las fuerzas después de que le pusieran suero.

Tenía la cara pálida como el papel. Me dijo con voz débil:

—No puedo resolverlo. Estos problemas… son siglos de genialidad ajedrecística que mi familia espera que supere. Cada uno que resuelvo me acerca más a su aprobación, pero los que no puedo… me atormentan.

Entendí a qué se refería. Pero ese año yo tenía veintidós, todavía estaba en una edad en la que creía que él me amaba.

—No te preocupes —le dije—. Yo no te estoy presionando, y no quiero que tú te presiones. No hacen falta las promesas de siempre, con que sepas que te amo es suficiente.

Asintió, pero no me miró. A partir de entonces, ambos llegamos a un acuerdo tácito de no volver a tocar el tema.

Vi la carrera de Julian despegar en el escenario internacional, ascendiendo de Maestro a Gran Maestro. Cada vez que traía a casa un premio importante, me decía:

—Ava, estoy un paso más cerca de cumplir mis metas profesionales. Cuando gane el Grand Slam, te daré todo lo que quieras. Solo ten paciencia.

Así que, más adelante, cada vez que alguien preguntaba en broma cuándo nos íbamos a casar Julian y yo, yo respondía con calma:

—Hablaremos de eso cuando terminen sus torneos.

Pero esta vez, con la cobertura en vivo, no me esperaba que hubiera una parte sobre mí. Julian y Chloe acababan de salir del centro de entrenamiento cuando un reportero los detuvo.

El reportero inició una transmisión en vivo con su celular. En la toma, él intentó irse rápido. Chloe le tocó suavemente el brazo, indicándole que mantuviera su imagen pública.

—Un minuto, por favor. Queremos preguntarte algo que no sea sobre el torneo. Tus fans están muy preocupados por tu vida personal.

El reportero insistió.

—¿Cómo ha estado tu novia, Ava, últimamente?

Julian, con un café americano en la mano, arrugó la frente ligeramente, como si pensara en algo.

—Ha estado mucho más callada últimamente. Quizá la presión la está afectando.

Desde mi diagnóstico, hablaba cada vez menos, mi energía se desvanecía. Si le importara, se habría dado cuenta de las ojeras profundas que tenía.

Pero no era la presión. Era que me estaba muriendo.
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