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Las Tristes Memorias de un Amor Dorado

Las Tristes Memorias de un Amor DoradoES

História Curta · Contos Curtos
Chile  concluído
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Resumo
Índice

Mi esposo, quien aseguraba amarme, nos abandonó a mí y a nuestra hija para hacer su vida con otra mujer. Al mismo tiempo, Alicia Moreno, la verdadera hija rica, sin dudarlo, rompió con su novio —quien ocupaba el lugar de alguien más como falso heredero—, y se fue con Miguel, mi entonces esposo. Según sus palabras, eso era lo que llamaban «una pareja ideal». De repente, habiéndolo perdido todo, Juan Pablo, el falso heredero, en un ataque de locura, nos secuestró a mí y a mi hija, obligándome a llamar a Miguel para pedirle ayuda. Pero Miguel Ángel ignoró nuestras súplicas desesperadas y, entre risas, se burló diciendo: —No te creo absolutamente nada. Estoy seguro de que solo intentas manipularme. Al otro lado de la línea se escuchaban, de vez en cuando, los murmullos agudos y sugerentes de Alicia Moreno. Ante la impaciencia de una mente drogada y trastornada, mi hija y yo terminamos siendo apuñaladas. Después de nuestra muerte, mi esposo —quien trabajaba como maquillador de cadáveres— nos convirtió en su último trabajo antes de dejar el empleo. Aquel que nunca se preocupó por nosotras, al ver nuestros cuerpos sin vida, se derrumbó por completo. —¿Cómo puede ser esto posible? Quisiera que todo fuera mentira…

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Capítulo 1

Capítulo 1

Juan, como loco, me puso un cuchillo en el cuello y me obligó a llamar a Miguel, alegando que, si él acudía en mi rescate, no me haría daño.

Con esto, entonces marqué su número; la conversación entre nosotros estaba en la parte más alta de mi chat.

—Gabriela, ¿así que te contactas mucho con Miguel? —dijo Juan, lleno de rabia, mirando mi celular—. ¿Y aún lo llamas «esposito»? Ya te dejó, ¿Por qué te empeñas en seguir humillándote?

La punta del cuchillo se hundió un poco más en mi cuello, y la angustia comenzó a invadir mi cuerpo, en el momento en que, al otro lado de la línea, se oyó una voz llena de impaciencia:

—Gabriela, ¿qué pasa? ¿Por qué no me hablas? Será mejor que te apresures a firmar el divorcio, o, de lo contrario…

—Miguel, Juan me ha secuestrado —lo interrumpí, con voz temblorosa—. ¿Vendrás a salvarme? Dijo que, si tú vienes, no me haría daño.

—¿Qué Juan te secuestró? —se burló él, del otro lado de la línea—. En serio, ustedes dos son un par de ridículos. Gente de plástico: uno fingiendo ser heredero de una fortuna, y la otra pretendiendo ser rica. No es de extrañar que se junten para armar shows baratos.

Miguel tenía razón en algo: yo había usurpado el lugar de Alicia Moreno desde hacía veintiséis años como la hija sustituta. Y, por su parte, Juan había ocupado el puesto de Miguel Ángel, convirtiéndose en el falso heredero durante veintisiete años.

Juan, fuera de sí, empujó el cuchillo con más fuerza, clavándolo más profundo en mi piel. El olor de la sangre se hizo más intenso, y el dolor en mi cuello se intensificó.

Yo sabía que Juan no estaba jugando.

—No es cierto —intenté explicarle a Miguel entre sollozos, conteniendo el miedo a duras penas—. Sabes muy bien quién es Juan. Te lo ruego, Miguel, cuando te digo que él me tiene ahora mismo con un cuchillo en el cuello, lo digo muy en serio. Solo quiero vivir, aunque sea por…

Sin embargo, en ese momento, una voz femenina me interrumpió de repente:

—Miguel, ¿qué opinas de este vestido? ¿El blanco conejo o el negro sexy de leopardo? ¿En cuál me vería mejor?

Era Alicia, la verdadera hija, y también la exnovia de Juan.

Juan, al escuchar su voz, reaccionó violentamente, y en un arrebato de rabia tomo el cuchillo que tenía en mi cuello y lo hundió directamente en mi pecho.

—¡Madre santa, ayúdame! ¡Ahhh!

El dolor fue insoportable, y mis gritos se mezclaron con la respiración agitada de Alicia, que aún se oía a través del auricular.

—Eh… Miguel, no es bueno que tú ahora esposa la escuche, ¿no?

—¿Y qué tiene de malo? —respondió Miguel con frialdad—. Yo quiero que lo escuche. Así pierde la esperanza y firme los papeles del divorcio. De lo contrario, no dudaría en inventarse otra historia ridícula como esta de que Juan la secuestró.

La herida en mi pecho era profunda y sangraba sin control. Juan colocó de nuevo el cuchillo en mi cuello y lo hundió aún más. Entonces, grité, desesperada, en un último intento:

—Miguel, te lo suplico, ven a salvarme. Juan anda drogado, está fuera de sí…

—Bip, bip, bip

Colgó.

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