En cuanto escuchó la noticia, Julian se quedó paralizado, como si todo su ser hubiera hecho cortocircuito. Su expresión oscilaba entre la incredulidad y la agonía, y le temblaban las pálidas mejillas.
El hombre que yo creía incapaz de derramar una lágrima por mí, rebuscó aturdido en su equipaje y sacó una pluma fuente desgastada.
Fue el primer regalo que le di, grabada con sus iniciales. La había comprado con el dinero que ahorré de un trabajo de medio tiempo para su cumpleaños dieciocho.
Se llevó la pluma a la mejilla, frotándosela una y otra vez hasta que la piel se le puso roja. Miraba con la vista perdida la información de los vuelos que parpadeaba en la pantalla gigante del Aeropuerto.
Una sonrisa rota se dibujó en sus labios.
—No es cierto… Dijo que estaba en un retiro de bienestar…
No se atrevió a terminar el pensamiento. Pero era demasiado listo, demasiado perspicaz. Recordó cómo me encogía en mí misma en esos eventos de la alta sociedad.
Vi cómo se cubría la cara mientras la