Perspectiva de Edward Valmont
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Rossy cierra la puerta del auto tras despedirse de Arielle. Su sonrisa es dulce, pero percibo la intención detrás de sus palabras:
—Me voy a mi departamento. Quiero dejarte sola con tu papá… para que hablen —menciona con su voz cálida y luego me da una mirada y una pequeña sonrisa.
La observo alejarse mientras Arielle se acomoda en el asiento trasero, con las rodillas juntas, los dedos entrelazados sobre el regazo y el rostro pálido, demasiado pálido. A pesar del cansancio, del dolor, de las sombras bajo sus ojos, no dice nada. No protesta. Solo guarda silencio.
Y yo conduzco.
La carretera hacia la mansión Valmont se me hace más larga que nunca. Cada faro, cada curva, me golpea con el recuerdo de todo lo que pasó. De todo lo que le permití vivir.
Cuando al fin entramos al terreno, la casona está igual que siempre, pero la siento más vacía. Más lúgubre. Una empleada se asoma al vestíbulo. Arielle baja lentamente. Su andar todavía muestra un leve temblor