El salón de los Lancaster, que debería haber rebosado de risas efervescentes y brindis jubilosos, estaba envuelto en una atmósfera gélida, como si un velo de luto hubiera descendido sobre la opulenta habitación. La tensión era tan densa que cortaba el aire, ahogando cualquier susurro de alegría genuina. En su lugar, murmullos bajos y risas contenidas se filtraban como veneno, cortas y forzadas, como si los invitados se deleitaran en el escándalo que se desplegaba ante ellos. Willow, con los puños apretados a los costados y los labios presionados en una línea fina de furia contenida, luchaba por mantener su compostura. Sabía que debía permanecer en silencio, negándose a darles el espectáculo que anhelaban, pero Bianca ya lo había hecho por ella, arruinando todo con su audacia imprudente. Primero, ese vestido provocador que ceñía sus curvas como una segunda piel, atrayendo miradas lascivas de todos los rincones. Y luego, la sorpresa devastadora: Aldric, el tío de Cassian, irrumpiendo en