A la mañana siguiente, Bianca entró al comedor con la cabeza alta, el pulso acelerado y la piel ardiendo. Intentaba ignorar la tormenta que se desataba en su interior, pero la pesadez en el aire era casi insoportable. La conversación entre Willow y Cassian se apagó al instante al verla, como si un interruptor se hubiera apagado. Cassian, que estaba sentado en la cabecera de la mesa, levantó la mirada. Sus ojos grises, fríos como el hielo, la miraron con desprecio, una expresión que parecía tan profunda como el abismo.
—¿Cómo tienes el cinismo de siquiera pensar en sentarte a la misma mesa que nosotros? —su voz cortó el aire, afilada y despiadada, como si cada palabra fuera una daga. El desdén en su tono era palpable, como si la sola presencia de Bianca le diera asco, un asco casi tangible que le recorría todo el cuerpo.
Bianca lo miró fijamente, sin titubear, su mandíbula apretada, los músculos de su cuello tensos. Sentía que la furia la invadía, pero no se dejaría intimidar. No otra