El Escándalo
El salón del Waldorf Astoria vibraba con el murmullo de la alta sociedad neoyorquina. Los ecos de las risas y las conversaciones se entrelazaban en una sinfonía superficial de elegancia y glamour, pero el aire se volvió denso, cargado de tensión, cuando Aldric Thornhill irrumpió en la escena. Su figura imponente, envuelta en un esmoquin negro que parecía absorber la luz de las enormes arañas de cristal, cortó el aliento de los presentes. Como si el mismo tiempo se hubiera detenido por un instante, todos los ojos se volvieron hacia él, y una inexplicable sensación de peligro flotó en el aire.
Aldric no necesitaba decir una palabra para dominar la habitación. Sus ojos grises, fríos como el hielo, recorrieron el salón con una mirada calculadora, casi despectiva, hasta detenerse en Bianca Lancaster, quien, en su vestido azul medianoche, brillaba como una estrella caída en medio de la penumbra. Un suspiro colectivo recorrió a los invitados, como si todos contuvieran el alient