— Señorita Montemayor — dijo la voz de Adolfo como único saludo cuando Sofía atendió su teléfono.
— Su Señoría— dijo Sofía sin inmutarse ante el tono formal de su padre.
— ¿Serías tan amable de comer conmigo esta noche?— recordó Adolfo la sugerencia de Gonzalo y decidió dejar la ceremonia a un lado.
— ¿Es una invitación normal o me estás llevando con engaños a mi juicio?
— Quiero verte, hija. Necesitamos hablar sobre lo que ocurre — dijo con calma.
— Papá —se sintió confundida con el tono conciliador de su padre —Me encantará verte, pero...
— Prometo escucharte sin juzgarte, hija.
— En ese caso, cuando quieras.
— ¿Te parece esta noche? Puedo pasar por ti al hospital.
— Me parece perfecto, te espero cuando termine mi jornada.
— Entonces, es una cita.
— Si, papá, una cita ¡Te espero! ¡Ah, papá!— lo detuvo antes de que cortara la llamada —Te quiero mucho.
— Y yo a ti, Sofía—la chica no pudo ver la sonrisa de afecto que cubrió el rostro de su padre.
Al terminar de hablar con Adolfo, le