Dos días después de la Gala, Aurora estaba agotada. La reestructuración era un campo de batalla de correos electrónicos. La amenaza de Alessandro aún resonaba en sus oídos: él la destruiría por su osadía.
El teléfono vibró. Era Valentina.
—Necesitas un respiro, Aurora. Y necesito que me hagas un favor. Nicolás me llamó. Está organizando un pequeño encuentro. Vas a ir.
—Valentina, ya te dije que no puedo mezclar lo personal con Vieri. Alessandro me tiene vigilada.
—Ese es el punto —respondió Valentina con su habitual tono juguetón—. Él está acostumbrado a que su mundo gire a su antojo. Si tú demuestras que te importa más la atención de otro hombre, él lo tomará como un desafío personal a su control. Alessandro siempre ha sido un monopolista, y eso incluye el afecto de su familia.
Aurora se sintió incómoda. Interpretaba las palabras de Valentina como la clave para entender al hombre que tenía enfrente: un tirano posesivo.
—¿Y qué quieres que haga?
—Quiero que uses a Nicolás como escudo