Alessandro guío a sus padres fuera de la pista de baile, hasta el balcón. La brisa de la noche era fría, pero la tensión entre ellos tres era ardiente.
Demian Vieri, frío y con los brazos cruzados, habló primero.
—Tuviste una actuación lamentable, Alessandro. La contrataste para que te salvara de una auditoría, no para que montaras un espectáculo de celos de quinceañero frente a la prensa. La fuerza con la que la agarraste era impropia.
—Esa fuerza fue necesaria —replicó Alessandro, sintiendo la rabia subir—. Ella es insolente y desafiante. No acepta la jerarquía. Tenía que recordarle quién manda.
Valeria se acercó a su hijo, con su mirada de hielo compartiendo la misma intensidad que la de Alessandro.
—Él no la agarró por jerarquía, Demian —dijo Valeria, sin suavizar su voz—. La agarró porque ese otro hombre la estaba mirando. Y tú lo sabes. No lo regañes, Demian. Es tu reflejo.
El comentario de Valeria detuvo la discusión. Demian la miró, su expresión de disgusto viró a una intensa