Alessandro no esperó una respuesta. Su mano se deslizó desde su codo hasta la parte baja de la espalda de Aurora, una presión dominante que la obligó a seguirlo hacia la pista de baile. El vals que sonaba era lento y lujoso, un ritmo diseñado para la intimidad en público.
El cuerpo de Alessandro era una pared de calor y músculo contra el suyo. La cercanía era intolerable, pero también electrizante. Cada toque no era un paso de baile, sino una reafirmación de control.
—Su plan no funciona, Señor Vieri —siseó Aurora, manteniendo su sonrisa socialmente obligada, mientras su mano se posaba rígidamente en su hombro—. Le he dicho que tengo amigos en esta sala. Y su posesividad solo hace que parezca desesperado.
—No estoy desesperado, Ángel —respondió
Alessandro, bajando su cabeza para que su voz áspera fuera solo para ella—. Estoy reclamando. Su presencia aquí es mía, y no voy a permitir que ese imbécil de Nicolás se lleve el crédito por conseguir que usted vuelva a la ciudad. Usted es mi a