El aterrizaje en Milán fue tan suave y preciso como un cuchillo de cirujano. En la pista, no había un taxi esperando; había un séquito de vehículos negros y asistentes impecables. Alessandro no perdió el tiempo. Con una orden seca, hizo que Aurora subiera a un Mercedes-Maybach blindado.
El destino no fue un hotel, sino un edificio de diseño moderno con seguridad extrema. El Penthouse era una declaración de riqueza obscena. Pisos de mármol pulido, paredes de cristal que ofrecían una vista panorámica de la cúpula de Milán y obras de arte minimalistas que valían más que la
deuda de la empresa Reyes.
—Bienvenida a su residencia temporal, Doctora Reyes —dijo Alessandro, echando su maletín sobre una mesa de cristal. Su voz cargaba el peso de la burla.
Aurora escudriñó la sala. —Esto no es una residencia. Es un aislamiento.
—Es seguridad y eficiencia. No quiero distracciones de la prensa, ni conversaciones con camareros entrometidos. Está a veinte minutos del edificio de la Banca di Mil