El sol italiano se colaba por las ventanas, tiñendo la cabina de un naranja suave. El jet comenzaba su lento y controlado descenso hacia Milán.
Aurora no había dormido. Había pasado las últimas horas con el informe de la Banca di Milano en su regazo, pero sus ojos rara vez se habían movido de él. Su mente estaba fija en la humillación que había sufrido sentada sobre las piernas de Alessandro.
Alessandro estaba ahora en su asiento, ajustando su traje, con el rostro renovado y la misma aura de poder implacable. La proximidad del aterrizaje intensificaba la furia de Aurora. Pronto, él estaría dictando sus pasos en la tierra donde su familia lo había perdido todo.
La voz del piloto anunció el descenso. Aurora sintió un leve movimiento en el avión. El pequeño vaivén, mezclado con la conciencia de estar prisionera en el lujoso trono de los Vieri, fue el detonante.
La mano de Aurora se cerró instintivamente sobre el dije de sol de Matteo que llevaba bajo el cuello de su camisa. El calor del