El comedor principal de la mansión Vieri era una extensión de la frialdad de su dueño. Lujoso, con un candelabro de cristal que colgaba sobre la larga mesa de mármol, pero silencioso. Hoy, la opulencia se sentía como una prisión.
Demian Vieri estaba sentado en la cabecera, luciendo más envejecido y tenso de lo habitual. Valeria estaba en el extremo opuesto, inmaculada en su vestido de seda, pero irradiando un hielo que superaba la fría elegancia de la habitación. Matteo y Valentina estaban sentados entre ellos, sintiendo la tensión en el aire como una niebla pesada.
El asiento de Alessandro estaba vacío, su ausencia un alivio y, a la vez, una preocupación, ya que era el foco de la discordia.
La comida (salmón perfectamente cocido) se sirvió y se consumió en un silencio opresivo. Nadie se atrevía a hablar de la única cosa que importaba: el estallido de la noche anterior y el viaje repentino de Alessandro.
Demian carraspeó, rompiendo el silencio.
—Valentina, ¿cómo van los preparativos p