Líneas Borrosas

El segundo día de trabajo de Samantha comenzó aún más temprano que el primero. A las cinco de la mañana ya estaba en pie, revisando su agenda y mentalizándose para lo que le esperaba. Sabía que trabajar con Alexander Vaughn no sería fácil, pero si algo le había quedado claro el día anterior era que este no era un trabajo común. Aquí no había margen para errores.

Al llegar a la oficina, el ambiente era frío y silencioso. La mayoría de los empleados aún no había llegado, pero en la última planta del rascacielos de Vaughn Enterprises, el día ya estaba en marcha.

Samantha se acomodó en su escritorio y revisó su lista de pendientes. Justo cuando estaba por enviar un correo importante, la puerta del despacho de Alexander se abrió y él salió con su característico porte imponente, sosteniendo su taza de café.

-Reúnase conmigo en la sala de juntas en diez minutos -ordenó sin mirarla siquiera.

-¿Para qué reunión? -preguntó ella sin pensarlo.

Alexander se detuvo en seco y giró la cabeza hacia ella con una ceja enarcada.

-No suelo repetir mis instrucciones, señorita Ortega.

Samantha apretó los labios, mordiéndose la lengua para no replicar. En su mundo, la comunicación efectiva era clave. Pero en el mundo de Alexander Vaughn, todo parecía girar en torno al dominio y la obediencia.

Tomó su tableta y lo siguió hasta la sala de juntas, donde un grupo de ejecutivos ya estaba esperando. En cuanto Alexander entró, todos se pusieron de pie, como si hubieran sentido la presencia de un rey entrando a su reino.

-Siéntense -ordenó con voz firme.

La reunión comenzó de inmediato. Alexander hablaba con precisión, sin desperdiciar palabras. Observaba a cada persona con intensidad, dejando claro que no toleraba la incompetencia.

Samantha tomaba notas rápidamente, asegurándose de registrar cada detalle importante. Sin embargo, en medio de la reunión, sintió la mirada de Alexander posarse sobre ella.

-Señorita Ortega, ¿qué opina sobre la estrategia de expansión en el mercado europeo?

Todos los ojos en la sala se volvieron hacia ella. Un escalofrío recorrió su espalda.

-Bueno... -se aclaró la garganta, negándose a parecer intimidada-. Creo que es una buena estrategia, pero requiere ajustes en la campaña de marketing. Europa tiene una cultura de consumo diferente a la estadounidense, y un enfoque más localizado podría mejorar la aceptación del producto.

El silencio fue absoluto. Nadie se atrevía a hablar en presencia de Alexander Vaughn a menos que él lo pidiera.

Para sorpresa de todos, él sonrió levemente.

-Interesante. Continúen.

El aire de la sala se aligeró un poco, pero Samantha no se permitió relajarse. Sabía que había cruzado una línea que otras personas en la empresa jamás se habrían atrevido a pisar.

Después de la reunión, Samantha regresó a su escritorio, dispuesta a sumergirse en el trabajo. Sin embargo, un sobre cerrado la esperaba sobre la mesa.

Lo abrió con cuidado y encontró una nota escrita en una caligrafía elegante.

"Nos vemos en el piso 50 en 10 minutos."

No había firma, pero no era difícil adivinar quién la había enviado.

Samantha sintió un nudo en el estómago. El piso 50 era una planta exclusiva, fuera del alcance de la mayoría de los empleados. Aún así, se dirigió al elevador con paso firme.

Cuando llegó, encontró un despacho mucho más lujoso de lo que había imaginado. Grandes ventanales ofrecían una vista espectacular de la ciudad, y un bar de madera oscura decoraba un rincón del espacio.

Alexander Vaughn estaba de pie junto a la ventana, con las manos en los bolsillos.

-Cierre la puerta -indicó sin volverse.

Samantha obedeció, cruzándose de brazos.

-¿Por qué estoy aquí?

Alexander se giró lentamente, observándola con esa mirada afilada que parecía diseccionar a quien tuviera enfrente.

-Eres diferente.

Samantha frunció el ceño.

-¿Eso significa que no está contento con mi desempeño?

Alexander dejó escapar una leve sonrisa.

-Al contrario. Pero la mayoría de las personas que trabajan para mí evitan hacer preguntas y siguen órdenes sin cuestionar. Usted no.

Samantha sostuvo su mirada.

-Si quiere a alguien que solo asienta y obedezca, tal vez no soy la persona adecuada para este trabajo.

Alexander se acercó un poco, inclinando la cabeza con interés.

-¿Está insinuando que podría renunciar?

Samantha se irguió con confianza.

-No, estoy diciendo que si me contrató, es porque quiere resultados. Y no se logran resultados sin desafiar lo establecido de vez en cuando.

Hubo un instante de silencio. Luego, para su sorpresa, Alexander dejó escapar una breve carcajada.

-Interesante -repitió, como si estuviera disfrutando del desafío-. Veremos cuánto dura su actitud, señorita Ortega.

Samantha lo miró con determinación.

-Más de lo que usted espera, señor Vaughn.

Alexander la observó por unos segundos más, y por primera vez, Samantha vio algo distinto en su mirada. Algo que parecía una chispa de entretenimiento... y quizás, algo más peligroso.

El juego apenas comenzaba, y ambos lo sabían.

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