La oscuridad los envolvió con una intensidad aplastante. Samantha sintió cómo el aire desaparecía de la habitación, como si todo el oxígeno se hubiera esfumado de golpe. Un frío helado comenzó a calar hasta los huesos, y su respiración se volvió errática, sus pulmones luchando por encontrar un resquicio de aire. El eco de la voz misteriosa todavía resonaba en su mente, pero su presencia parecía haberse desvanecido, como si algo lo hubiera absorbido.
El resplandor que había rodeado la figura desapareció, y el silencio se instaló como una niebla densa que lo invadía todo. El suelo aún temblaba levemente bajo sus pies, pero ya no parecía haber movimiento. Samantha miró a su alrededor, tratando de percibir alguna señal, algo que los guiara hacia una salida. Pero la sala seguía igual: circular, con paredes lisas y frías, y en el centro, el altar, con la piedra negra brillando débilmente.
"¿Alexander?" La voz de Samantha sonó en la penumbra, pero no hubo respuesta. No era una respuesta cual