Eleni notó en su respiración, en la forma en que Otto se estremecía contra ella, que no estaba satisfecho. Que quería más. Sus manos, tensas en su cintura, lo delataban. Sus ojos brillaban con una súplica contenida, como un cachorro que no sabe cómo pedir lo que necesita.
Ella suspiró, rozando con cuidado sus cabellos, y en voz baja le dijo:
—Otto… sé lo que estás pidiendo. —Lo obligó a mirarla a los ojos—. Voy a ayudarte… pero tienes que ser amable.
Él la observó, incrédulo, como si las palabras no fueran reales.
—¿Me… ayudarás?
Eleni asintió con calma, aunque su corazón latía desbocado.
—Por hoy te permito que hagas lo que quieras… —murmuró, tragando saliva—. Solo por esta noche. Pero entiende… solo es para tranquilizarte y que te anibeles. Nada más. Vas a tener que ir al medico y tratarte, ire contigo si necesitas que de muestras para hacerte algun suero o algo que contrarrestre tus sintomas.
Un gruñido ronco salió de la garganta de Otto. Antes de que pudiera reaccionar, él la alzó