Contigo en las malas
—Sabes tan delicioso.

Besó su abdomen, bajando despacio, como si cada centímetro fuera un ritual sagrado. Cuando deslizó la tela de su ropa interior, Eleni sintió un escalofrío subirle por la espalda. Otto no la penetró, no buscó reclamarla de esa forma. En cambio, la exploró con la boca, con la lengua, con una necesidad que parecía no tener fin.

Ella se arqueó, los dedos clavándose en las sábanas, con un gemido escapándole sin permiso.

—Otto… —su voz se quebró— basta…

Pero él no se detuvo. No hasta que ella perdió la noción del tiempo, de sí misma, de todo lo que no fuera el calor ardiendo entre ellos.

Cuando al fin levantó la cabeza, con sus labios húmedos, sus ojos dorados, la miró como un hombre consumido. Sus manos, grandes, fuertes, estaban ocupadas en él mismo, buscando alivio mientras se entregaba al cuerpo de ella.

Era un espectáculo de deseo y necesidad. Eleni no podía creer que lo estaba permitiendo, y aún así no podía detenerlo.

—Eres… mía —gruñó él, bajo, como un sec
Mckasse

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