—No lo sé. Tal vez sí. Tal vez fue por aquella vez… —su voz era ronca, rota—, cuando dormiste en mi apartamento… desde entonces nada es igual aunque lo limpie con una compañia profesional de limpieza. Desde entonces te llevo en la sangre. Y ahora solo tú… solo tú puedes tranquilizarme.
Eleni quedó helada. No puede creer lo vulnerable y expuesto que se ve. Se obligó a tragar saliva, buscando un asidero en la razón, pero el calor del cuerpo de Otto y su confesión se mezclaban con las feromonas densas que impregnaban la sala.
—Eso no tiene sentido —dijo al fin, acariciando su cabello sin poder detenerse—. No me necesitas a mí. Podrías… podrías mandar a llamar a una omega, a cualquiera.
Otto levantó la cabeza de golpe, los ojos dorados brillando con una intensidad febril.
—No —espetó, casi con fiereza—. No necesito a otra loba. No quiero a ninguna otra. Solo te quiero a ti. Solo a ti.
La respiración de Eleni se cortó. Podía sentirlo, el peso de sus palabras, el temblor en su cuerpo, la de