Capítulo 55 – Susurros en la Oscuridad.
La mansión segura se envolvía en un silencio denso que solo interrumpía el tic-tac constante del reloj de pared en el despacho de Gabriela, un sonido que parecía marcar no solo las horas, sino los latidos de una venganza que nunca dormía. El aire estaba impregnado del aroma sutil a jazmín del jardín exterior, mezclado con la cera quemada de las velas que ella mantenía encendidas hasta altas horas de la madrugada, como si la luz pudiera ahuyentar las sombras de su pasado. El despacho era su santuario personal, paredes forradas de libros antiguos que nadie leía y mapas desparramados sobre la mesa de caoba pulida, rutas marcadas en rojo sangre que serpenteaban como venas abiertas, nombres tachados con una furia contenida que aún ardía en su pecho. La luz de la lámpara de bronce proyectaba sombras largas y danzantes sobre su rostro, iluminando los ojos verdes que no parpadeaban, fijos en la nada mientras giraba la copa de brandy en su mano derecha. El líquido ámbar giraba lento, hipnótico