Capítulo 54 – Heridas abiertas.
El sótano de la hacienda de Armando López era un lugar donde la luz moría antes de nacer. Una bombilla desnuda colgaba del techo como un ojo enfermo, balanceándose apenas con la respiración de los guardias. El aire olía a sangre seca, a orina vieja y a miedo rancio que se pegaba a la piel como una segunda capa de sudor. Fernando colgaba de las muñecas, las cuerdas de cáñamo mordiéndole la carne hasta el hueso, los pies apenas rozando el concreto húmedo que brillaba con charcos oscuros. Su rostro era un mapa de violencia: pómulos hinchados color ciruela madura, labios partidos que goteaban sangre cada vez que intentaba hablar, un ojo cerrado por la inflamación. La camisa blanca, antes italiana, ahora era un trapo rasgado pegado al torso por costras y sudor.
Armando entró sin prisa. Botas vaqueras resonando como tambores de guerra. Traje negro impecable, camisa abierta hasta el tercer botón, cadena de oro grueso brillando contra la piel morena. Encendió su encendedor, la llama iluminand