Capítulo 50 – Sombras de guerra y deseo.
La mansión de Luis Herrera se erguía en las afueras de Houston como un castillo olvidado por el tiempo, paredes de piedra oscura cubiertas de enredaderas que susurraban secretos al viento nocturno. El aroma a tierra húmeda después de la lluvia se mezclaba con el hedor sutil a pólvora vieja que impregnaba las paredes, un recordatorio constante de batallas pasadas y de guerras que nunca terminaban. Luis estaba en su estudio, un cuarto amplio con estanterías de caoba llenas de libros que nadie leía y trofeos de victorias sangrientas. La luz de una lámpara de bronce proyectaba sombras largas sobre su rostro, marcado por cicatrices que eran mapas de su vida. Una en la mejilla izquierda, profunda y blanca, recuerdo de una navaja en un callejón de Tijuana cuando tenía veintidós años. Otra en la frente, irregular, de una bala que rozó su cráneo en un tiroteo en Culiacán diez años después. Sus ojos, negros como el carbón quemado, miraban la copa de brandy en su mano derecha, el líquido ámbar g