Capítulo 49 – Cenizas y reinas.
El atardecer teñía el cielo de Houston con un naranja sucio cuando el mensaje llegó a la mansión de Luis Herrera, un papel arrugado que Rosa, la empleada aterrorizada, le entrego la nota con dedos que temblaban. El aroma a café quemado y a miedo impregnaba el aire. Luis Herrera, el jefe del cártel, estaba en su estudio, un cuarto de paredes oscuras donde el humo de su cigarro cubano flotaba como un velo de guerra antigua. Abrió el papel con calma quirúrgica, sus ojos, marcados por cicatrices de batallas pasadas, recorrieron las palabras garabateadas con prisa: Carla Solano. Encerrada en la mansión de Fernando. Ala este. Rescátame. Pago un millón en efectivo. Una sonrisa se dibujó en sus labios, no de alegría, sino de la promesa de sangre y venganza. Llamó a sus hombres con un gesto. Cuatro camionetas negras, blindadas, motores rugiendo en la noche que caía como una guillotina. Armas cargadas. Silenciadores. Máscaras. La orden fue clara: traer a Carla. Viva. El resto no importaba.
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