Llegue a casa y ella estaba dormida en el sofá, se veía relajada. Se ve tan indefensa y tierna, pero a veces es un solo dolor de muelas, un dolor de muelas que no estoy dispuesto a cambiar por nada del mundo.
No puedo evitar dejar de verla, aunque por dentro sigo tan furioso que no quisiera despertarla porque se que mis palabras la podrán herir.
Dejo el expediente sobre la mesa, me inclino sobre ella y le aparto un mechón del rostro.
—No me vuelvas a poner en esa posición, Isa —susurro contra su piel—. No sé si podría perdonarte otra vez.
Ella abre los ojos lentamente. Su mirada se cruza con la mía: miedo, amor, desconfianza, deseo. Todo al mismo tiempo. Y no se cómo sentirme respecto a ello.
—Entonces explícame —responde ella en un hilo de voz—. ¿De verdad eres tú el hombre que mató a esas mujeres?
Silencio… no respondo. Me doy la vuelta, dejando la pregunta flotando en el aire.
—Ven conmigo, Isabel —le digo sin mirar atrás.
Me voy hasta la habitación y me quito la corbata ,desabro