El salón del trono estaba envuelto en un silencio incómodo, tan denso que hasta los sirvientes caminaban de puntillas para no romperlo.
Desde hacía semanas, la ausencia de Ana, había cambiado el aire del castillo. Sin su risa imprudente ni sus comentarios desbordados, todo parecía apagado, como si los tapices hubieran perdido color. Osiris sentía esa ausencia como un vacío en el pecho. Ana era la única que nunca la había juzgado, la única que la empujaba a seguir siendo la mujer que había sido antes de la corona y del embarazo.
Acariciando su vientre, que casi explotaba por lo grande y cerca que estaba de su parto, Osiris observaba desde el ventanal el camino que llevaba a la libertad. Aquel mundo exterior parecía tan lejano como un sueño.
En su escritorio se apilaban informes de provincias, solicitudes de ayuda y planes de voluntariado internacional. Desde lo que pasó la última vez y por su embarazo, ya no podía formar parte de esos voluntariados que tanto le encantaban; ahor