Kalen bajó del jet, la madrugada como siempre estaba fría en Londres, no sabía si era el estrés por lo que estaba pasando con sus reyes o por la sola idea de que enfrentaría a esa desagradable mujer después de meses, pero algo en él estaba inquieto.
Respirando profundamente, montó al auto que ya lo estaba esperando, él se limitó a mirar por la ventanilla y a mentalizarse de que solo la estaba buscando porque no hay mejor persona que ella para dar con el paradero de su reina.
Tras treinta minutos de carretera, llegó a un condominio no muy lujoso, bastante normal y desagradable para él. Sin más opción a seguir con su trabajo, aprovechó que un hombre iba entrando para él, también colarse sin necesidad de pronunciarse antes.
―¡Dios mío, llegaste! ―Ana lo miró con cansancio. ―Lamento haberte abandonado, cielo, pero el cansancio me estaba matando. ―Le dio un beso en los labios. ―Justo estaba por meterme al baño. ―El chico sonrió igual de cansado que ella.
―No hago más esta locura.