Como la mayor de las amenazas que él le había dirigido en el pasado, salió en tranquilidad del vestidor dejándola sola.
Eirin se quedó internamente alterada, aunque por fuerza se mostraba fuerte.
Afuera, la ciudad rugía con su caos habitual. Dentro de ella, el silencio se convirtió en una batalla muda. Estaba harta de fingir que todo estaba bien. De justificar ausencias, de sonreír en las cenas, de permitir que él hiciera y deshiciera con su dignidad como si fuera un objeto decorativo más en esta mansión sin alma.
Una hora después que llegó al bufete entró a su baño privado con las manos temblorosas. Necesitaba respirar. Se apoyó contra la pared fría, cerró los ojos y se obligó a revivir cada detalle del beso con Ethan. Su rabia, su deseo, su forma de sujetarla como si también él estuviera al borde del abismo.
Ese beso no fue solo un error. Fue una grieta. Una promesa muda de que aún podía sentir. Aún podía arder.
Cuando salió del baño, lo vió. La puerta de su oficina estaba abierta,