Más tarde esa noche, Larissa llegó al lugar acordado, con la misma expresión calculadora que siempre tenía. Ella ya sabía lo que sucedía, pero no podía evitar sonreír al ver a Orestes ahí y tan vulnerable, tan ansioso por mantener su dominio.
—¿Qué es esto, Orestes? —preguntó Larissa en un tono de voz cargada de ironía—. Vienes a platicarme lo que queda de ti, de tu imperio —Sus ojos brillaban con la intensidad de alguien que estaba lista para destruir todo lo que tocaba.
Orestes se acercó lentamente, dejando ver una sonrisa torcida en su rostro.
—Te he traído aquí para dejarte algo muy claro, Larissa —dijo en tono suave, casi sin alzar la voz—. Si intentas jugar con Eirin una vez más, lo pagarás muy caro. Y yo no te voy a dar otra oportunidad.
Larissa se acercó con una sonrisa fría.
—¿Tú? ¿De verdad crees que vas a amenazarme, Orestes? —Su tono estaba impregnado de sarcasmo—. Lo único que veo es a un hombre que ya no controla nada. Un hombre que ha perdido lo que más quería.
Oreste