El silencio en el town house donde Orestes decidió llevar a Eirin luego de que le dieron el alta era ensordecedor, cada rincón de la casa respiraba la tensión acumulada de los últimos días. El sonido del viento azotando las ventanas era lo único que rompía la quietud, y fuera de ella, el mundo parecía moverse con una calma inquietante. Dentro de la habitación donde Eirin estaba descansando, Orestes no podía dejar de mirarla. Su respiración seguía estable, pero la fragilidad de su cuerpo le recordaba a cada instante lo cerca que había estado de perderla. Lo que había sucedido con el veneno, las horas que había pasado sin respuesta, y la angustia que sentía, se convirtieron en una pesadilla en su mente. Eirin no estaba a salvo. Pero en sus ojos, vio algo diferente. Algo que no había visto en ella antes. Estaba despierta, pero al mismo tiempo distante, como si algo en su interior hubiera cambiado. Algo que no podría entender, pero que sí podría aprovechar.
Eirin estaba más consciente de