En ese momento me doy cuenta de que probablemente debería haber sido más sutil. Haberlo dicho de una manera que no sintiera como un golpe al estómago.
Claro, esperaba enojo. Algo de incredulidad. Quizás incluso esa devastación silenciosa que Nicolás rara vez deja que alguien vea. Pero no esperaba que el cambio fuera tan rápido, como encender un interruptor. Un segundo está acostado a mi lado, respirando el aire fresco de la noche, y al siguiente, se convierte en fuego y tormenta.
—No puedes estar seguro de que esté mintiendo, Nicolás —digo con cuidado.
Pero ya se había puesto de pie.
—Vamos —dice—. Mi madre quiere verme, ¿verdad? Pues ahora me va a ver, maldita sea.
—No vayas. Al menos no esta noche. Pareces enojado.
—¿No debería estarlo? —Se agacha y me toma de los hombros, levantándome fácilmente. Sus manos están firmes, pero sus ojos son pura rabia—. No tienes idea de lo mucho más enojado que estaré si hay aunque sea una pizca de verdad en esto.
Nos quedamos ahí parados por un momen