Nicolás rodeó el auto y me tendió la mano, cálida y firme a diferencia de la mía, que temblaba cuando la tomó.
—Quiero que veas un poco de cómo era mi vida antes —me dijo mientras me empujaba suavemente hacia el edificio oscuro.
El silencio era tan profundo que cada paso sobre la grava sonaba como un disparo, haciendo que mi corazón se acelerara con cada crujido bajo nuestros pies.
Al llegar a la puerta, Nicolás tocó y al segundo se deslizó una pequeña placa metálica desde la cual unos ojos nos observaron.
—Buenas noches, Rayo —dijo una voz profunda—. No te esperaba esta noche.
—Le estoy enseñando a mi novia —respondió Nicolás.
—Qué linda la que tienes.
—Así es.
La sensación de estar siendo subastada me recorrió mientras la puerta se abría con un crujido y un guardaespaldas se hacía a un lado.
—Voy a avisar para que preparen tu reservado —dijo a nuestras espaldas mientras Nicolás me guiaba por un pasillo tenue impregnado de sudor, óxido y cemento viejo.
El elevador al que llegamos pare