Capítulo 6. Son almas gemelas.
Punto de Vista de Solana
No podía creer lo que estaba viendo.
Después de tres horas de vuelo y una hora más atrapada en ese miserable aeropuerto de Asheville, llegué para encontrar a Fernando besándose apasionadamente con Dalila.
Fernando tuvo la audacia de verse culpable. —Solana, siento mucho que hayas tenido que ver esto...
—¿Lo sientes? —lo interrumpí, con la voz temblando de rabia—. ¿En serio, Fernando? Esa mujer se casa en dos días, ¿y estás ahí besándola?
—¿Prefieres que te bese a ti? —preguntó Dalila.
—No hagas eso. —le dijo Fernando.
—¿Por qué no? Está frustrada porque nadie se fija en ella, por eso anda metiéndose en tu vida todo el tiempo. Ya eres adulto, puedes hacer lo que quieras.
—¿Adulto? Los dos se están portando como unos niños —exclamé—. A ver, ¿cuál es el plan aquí, Fernando? ¿Andar de manita sudada a espaldas de su novio? ¿Meterte con ella en el cuarto de la luna de miel mientras el pobre Héctor está borracho?
Dalila se rio como si todo fuera una broma retorcida, su anillo de compromiso destelló bajo la luz, algo obviamente costoso que solo hizo que mi sangre hirviera más.
—Dalila va a dejar a Héctor. —dijo Fernando con confianza.
Pero Dalila puso una cara de no entender. —No, para nada. ¿De dónde sacaste esa idea?
—Acabamos de besarnos.
—¿Y? Eso no significa que vaya a cancelar mi boda.
—Pues claro que significa eso, Lila.
—¿Hablas en serio? La boda va, Fernando.
Vi cómo la esperanza se desvaneció del rostro de Fernando en tiempo real, reemplazada por dolor. Eso lo estaba matando, y me daba rabia. ¿Cuándo iba a aprender?
—Lárgate de aquí, mentirosa. —le dije con rabia.
Dalila sonrió. —¿O qué vas a hacer?
—Te encanta esto, ¿no? Te encanta hacerlo sufrir y te diviertes jugando con él, sabiendo que está demasiado enamorado de ti como para ver el juego enfermizo y manipulador que estás jugando.
Dalila puso los ojos en blanco. —¿Qué vas a hacer? ¿Regañarme hasta que me muera? Por favor. Hasta Fernando está harto de que lo regañes, Solana.
—Cierra la boca —le dije enojada, dando un paso hacia ella—. Vete de aquí.
—Mi amor, él fue el que me invitó. Tal vez si fueras igual de buena en la cama que yo, él te voltearía a ver.
Me lancé hacia ella, pero Nicolás me detuvo.
Había olvidado por completo que estaba ahí. Sus brazos se envolvieron alrededor de mi cintura como bandas de acero, jalándome contra su pecho y alejándome de ella.
—Suéltame, Nicolás. —ordené.
—No puedo hacer eso, Solana.
Luché contra él, la furia incrementaba mis fuerzas. —Me voy a poner muy violenta contigo ahora mismo.
—Déjalo así, gatita. Déjalos tranquilos.
¿Gatita?
—¿Por qué diablos iba a hacer eso? —pregunté.
—Porque tienen que arreglar sus cosas. Si te metes, vas a empeorar todo. Mejor démosles su espacio.
Quería discutir, quería gritar, pero tenía razón. Y odiaba que tuviera razón, pero dejé que me arrastrara.
Pude escuchar la voz de Fernando detrás de mí, suave y quebrada mientras le rogaba a Dalila que no se fuera. Me dieron ganas de vomitar.
Cuando llegamos a la sala, tenía la sangre hirviendo. Me tiré en el sofá furiosa, Nicolás se acomodó a mi lado con toda la calma del mundo.
—¿Siempre eres así de exagerada? —preguntó—. Se te notaba un montón, por cierto.
—¿Se me notaba qué?
—Que estás enamorada de Fernando.
Mi corazón dio un salto. ¿Cómo se había dado cuenta?
—No estoy enamorada de él —repliqué.
—Claro que sí —dijo Nicolás, relajado—. Hasta Fernando se da cuenta.
—¿De qué hablas? ¿Te dijo algo?
Nicolás se encogió de hombros, estudiándome con esos ojos oscuros que parecían saber todo. —¿Por qué tendría que decir algo? Apenas nos conocimos hoy, y yo ya me di cuenta. Él te conoce desde hace años, saca las cuentas.
Me paré y empecé a caminar de un lado a otro, con las manos temblando mientras trataba de procesar todo eso. De repente, el espacio se me hizo pequeño, me faltaba el aire.
—Pues estás muy equivocado, no estoy enamorada de Fernando.
—Está bien.
—De verdad que no, Nicolás.
—Como tú digas, gatita.
—Ya no me digas así.
—¿Qué? ¿Gatita?
Antes de que pudiera decirle algo, o aventarle un florero, Dalila bajó corriendo las escaleras directo a la puerta principal, con Fernando persiguiéndola como un tonto. Ambos salieron y la puerta se cerró de golpe, haciendo eco por toda la casa.
Sin detenerme a respirar, me dirigí tras ellos, pero Nicolás volvió a sujetarme por la cintura.
—¿Cuál es tu problema conmigo? —le dije toda enojada, volteándome a verlo.
—No quiero que hagas ninguna tontería en la casa de mis papás.
—A mí me importa mi amigo. Aunque a ti claramente no te importa el tuyo, o ya lo habrías llamado para contarle que su novia le pone el cuerno.
Nicolás se rio. —¿Tú crees que Héctor no lo sabe? Le ha estado poniendo el cuerno desde hace meses.
Mi boca cayó, abierta. —¿En serio?
¿Cómo lo hacía? ¿Cómo tenía tanto poder sobre esos hombres?
Nicolás me empujó hacia la ventana, su agarre era firme alrededor de mi cintura. Podía sentir cada centímetro de su cuerpo presionado contra el mío, el calor, los músculos y su aroma, todo me envolvía, haciéndome imposible pensar con claridad. Era una sensación rara que no sabía ni cómo describir, lo único que sabía era que la cercanía de Nicolás me tenía súper nerviosa, como si lo sintiera por todos lados. O tal vez era porque hacía mucho que no me tocaba un hombre.
Traté de concentrarme en lo que pasaba afuera. Fernando y Dalila estaban junto a la piscina peleando. Fernando tenía los puños apretados y se veía muy tenso, mientras que Dalila estaba parada ahí con tranquilidad. No alcanzaba a escuchar qué se decían, pero tampoco hacía falta. Ya había visto eso mil veces: Fernando rogándole, Dalila jugando con él. Se me revolvió el estómago.
—Si los quieres espiar, gatita —dijo Nicolás a mi oído—, desde aquí se ve perfecto. Así no te metes en sus cosas y hasta podemos hablar de ellos si quieres. A ver, dime Solana, ¿por qué crees que están peleando ahora?
Traté de no hacer caso a su respiración que me hacía cosquillas, al escalofrío que me recorrió la piel del cuello.
—Seguro de cómo lo va a dejar para siempre. —dije.
—Te equivocas. Ella nunca lo va a dejar, y él nunca la va a soltar. Son como almas gemelas, muy tóxicas, pero así son. Ese juego nunca se acabará.
Sonaba resignado, como si hubiera visto ese drama repetirse mil veces, pero a diferencia de él, yo no pensaba rendirme con mi mejor amigo.
—Últimas noticias, Cupido —dije—, se va a casar con otro. Eso de las almas gemelas no es verdad.
—¿Tú crees que la boda va a pasar?
—Pues claro que sí.
—No va a pasar.
Me burlé, volteándome a verlo. —¿Qué quieres decir? ¿La vas a arruinar?
—No necesito hacer nada. Así son ello; cortan y regresan. Es como su juego tóxico.
—Estás mal, Nicolás. ¿En serio quieres que la novia de tu amigo le rompa el corazón?
—Nada me haría más feliz que ver a Dalila de regreso con Fernando. —estaba muy relajado, como si fuera lo más normal del mundo, tanto que me dieron ganas de borrarle esa sonrisa presumida—. Héctor es buena persona y no se merece esto.
—¿Y tu hermano? ¿Se merece esto? ¿Se merece que esa mujer lo esté torturando todo el tiempo?
—¿Tú qué crees que te voy a contestar, Solana?
—Espero que te portes como si te importara.
—¿Crees que no me importa? —preguntó.
—¿Te importa? Porque si te importara, ya habrías echado a Dalila de esta casa.
—¿Y por qué iba a hacer eso?
—Porque es tu hermano.
—Un hermano que obviamente está enamorado.
No lo podía creer. —¿A eso le dices amor? Lo está usando, ¿cómo va a ser amor? A lo mejor nunca te has enamorado y por eso no sabes cómo se ve, pero te juro que no se ve así.
—¿Cómo se ve entonces, Solana? ¿Igual que lo que sientes por Fernando? Porque eso se ve muy triste.