Capítulo 5. ¿No sabes tocar la puerta?
Punto de Vista de Nicolás
Tenía que admitir que no esperaba que la mejor amiga de Fernando fuera tan encantadora.
Según Fernando, su mejor amiga era un ratón de biblioteca torpe y extraña, pero la realidad era muy distinta. Ahí estaba esa mujer sarcástica, vestida completamente de negro, conversando con la vendedora sobre electrocución y artículos BDSM con la misma naturalidad con que otros hablan del clima.
Sin embargo, no podía apartar la mirada.
Los pantalones de cuero le marcaban cada curva del cuerpo, el sonido de sus botas contra el piso acompañaba cada uno de sus movimientos, la blusa entallada realzaba su figura, y ese corte de cabello recto con lentes le daban un aire que me recordaba a las dominatrices de mi club. Solo le faltaba un látigo en la mano y la voz autoritaria procedente de esos labios generosos.
La observé mientras levantaba una vara violeta, un dispositivo diseñado para generar descargas eléctricas.
—¿Qué tan peligroso es esto? —le preguntó a la vendedora.
—¿En qué sentido?
—O sea... ¿el voltaje más alto alcanzaría para electrocutar a alguien? ¿Como para sacarle el alma del cuerpo?
Casi me ahogué tratando de contener la risa.
—Estos aparatos son súper seguros —respondió la vendedora—. Son para jugar, no para lastimar de verdad.
Solana suspiró y devolvió la vara al mostrador. —Qué lástima.
Se dirigió a la vendedora con la expresión más seria que había visto en mi vida. —¿Estás segura de que no hay nada más letal por aquí?
La vendedora abrió los ojos como platos. —Bueno... si te pones a pensar —tartamudó—, cualquier cosa puede ser peligrosa, ¿no? O sea... hay gente que se ha muerto por estornudar muy fuerte.
—Entonces, ¿la respuesta es no?
No pude seguir viendo ese espectáculo. La pobre chica parecía a punto de llamar a seguridad o desmayarse, así que me acerqué y me introduje suavemente en la conversación.
—Perdona a mi esposa —dije, poniendo mi mano en la parte baja de la espalda de Solana y sintiendo cómo se tensaba—. A veces se pone un poco intensa. Me encargaré a partir de aquí.
La vendedora prácticamente salió corriendo.
Solana me observaba extrañamente, quizás porque había mencionado la palabra "esposa".
—Sabes —dije, acercándome lo suficiente para captar su aroma—, si realmente quieres a Dalila muerta, simplemente podrías contratar a un asesino.
—Sería muy obvio y van a saber que fui yo.
Sonreí. —Cierto, pero si lo haces bien, no lo harán.
—¿Tienes algún contacto?
Negué con la cabeza. —No, no lo tengo.
—Entonces, ¿solo eres un gángster falso?
—¿Quién dice que soy un gángster?
Se fijó en los tatuajes que se asomaban desde mi camisa. —¿No lo eres?
Me reí, esto iba a ser divertido.
—¿Sabes qué? —propuse—. Te avisaré apenas encuentre uno.
—Te lo agradecería mucho.
La solté y comencé a revisar los estantes, tomando un par de esposas casualmente, una paleta de cuero y una venda de seda.
Escuché a Solana siguiéndome.
—Sabes mucho de esto —comentó—. Como que ya tienes claro qué comprar.
—Trabajo en esto.
Se detuvo. —¿Vendes juguetes sexuales?
—Más bien los produzco, y soy dueño de un club sexual —comenté, girándome hacia ella y esperando a ver cómo reaccionaba. Por lo general, la gente se ponía rara o mostraba asco, ambas cosas me aburrían por igual.
Ella solo me miró sin inmutarse. —Debes tener mucho dinero.
Eso no me lo esperaba, para nada. —Bueno...
—¿Bueno qué, Nicolás?
—No sé.
Frunció el ceño. —Si no estás seguro de si tienes dinero, es porque lo tienes. Los pobres sí saben que son pobres.
—¿En serio?
—Definitivamente, yienes mucho dinero.
Sonreí. —Bueno, como quieras, Solana.
Hacía mucho que no me divertía tanto conversando con alguien, pero ella era distinta. Cuando le contaba a la gente sobre mi trabajo, hasta mi propia familia, todos se veían incómodos, pero a ella no le importó para nada. Lo tomó como si fuera un trabajo normal, y al final eso es lo que era, solo que pagaba muy bien.
Por eso me animé a preguntarle algo que llevaba tiempo dándome vueltas en la cabeza. —Entonces... Fernando y tú. ¿Ustedes dos tienen algo?
Se puso seria. —No.
—¿Se acuestan juntos? —pregunté.
—Diablos, no.
—Entiendo.
Me lanzó una mirada asesina. Cuando fuimos a pagar y pedimos que envolvieran todo como un regalo, nos sentamos a esperar y Solana se cruzó de brazos.
—¿Cómo puedes estar cómodo con que tu amigo se case con la ex de tu hermano? —preguntó.
Vaya, fue directo al grano.
—Bueno —dije—. Dalila es una cazafortunas y Héctor tiene dinero.
—Ah, clásico.
—Héctor es mi amigo. Puede que no me gusten sus decisiones, pero como amigo, las respeto.
—¿De verdad eres un buen amigo si no puedes hacerle entender sus errores?
—Eso me haría quedar como el malo. El amor siempre gana, Solana.
Me fulminó con la mirada. —Definitivamente, yo puedo intentarlo.
Sonreí sin poder evitarlo, su ingenuidad era tan entrañable como trágica.
—¿Cuánto tiempo llevas intentando con Fernando? —pregunté—. ¿A dónde te ha llevado eso?
Se puso rígida, había dado en el blanco.
Sabía que debería parar de presionarla, pero había algo en ella que me provocaba. Ver a alguien tan pura e inocente despertaba mi deseo de corromperla, de ser el que la destrozara.
—El universo va a juntar a las personas que están destinadas a estar juntas —dije, con los ojos fijos en ella—. Sean buenas o malas, tenga sentido o no. Lo mejor que puedes hacer es dejar que la gente viva su vida, Solana.
Sus ojos ardían de rabia. —No eres un muy buen amigo, Nicolás.
—¿Porque me digo la verdad?
—No, porque eres egoísta.
Sonreí con sarcasmo. —¿Ah, sí? ¿Y de qué te ha servido ser tan buena? ¿Has tenido una cita decente en meses? ¿Estás saliendo con alguien ahora? ¿O toda tu vida gira alrededor de Fernando y su patética obsesión con una mujer a la que no le importa?
Su mirada se ensombreció con una furia peligrosa, y por un momento pensé que me iba a abofetear. Dios, casi deseaba que lo hiciera.
Pero en cambio, se levantó con los ojos clavados en mí como dagas.
—Vete a la mierda. —escupió, dándose la vuelta y marchando hacia la salida.
Me apoyé contra el mostrador para contemplar su partida. El movimiento de sus caderas en esos pantalones de cuero ajustados y la manera en que su cabello se balanceaba mientras cruzaba la puerta hacia la oscuridad de la calle, resultaba hipnótico.
La boda iba a ser un verdadero desafío; mantenerme alejado de Solana requeriría toda mi fuerza de voluntad.
Esa mujer representaba exactamente la clase de tentación que me gustaba conquistar por completo.
***
Solana pasó todo el viaje mirando por la ventana, con los brazos cruzados, la mandíbula apretada y sin decir una sola palabra. Me impresionó su determinación para ignorarme por completo, no me dirigió una mirada, ni siquiera cuando aceleré a propósito para ver si al menos reaccionaba.
Tenía que admitir que extrañaba un poco a la Solana habladora.
Cuando llegué a la casa de mis padres, ella levantó la cabeza bruscamente. Pude verla observando la mansión con sorpresa, y aunque noté que quería preguntar algo, se guardó los comentarios. Se desabrochó el cinturón, salió del auto y sacó su maleta del maletero.
—Déjame ayudarte con eso. —ofrecí.
—No, tengo manos. Muchas gracias.
Decidí no insistir y caminé a su lado mientras se dirigía hacia la entrada. Le abrí la puerta principal, y cuando entró, sus ojos recorrieron el gran vestíbulo.
—¿Hay algo que deba saber sobre tus padres? —preguntó, finalmente dirigiéndose a mí.
—¿Como qué? —pregunté, aunque sabía exactamente qué quería decir. Había visto esa reacción antes.
—Como si han tenido dinero durante generaciones o algo así.
—Puedes preguntarle a tu mejor amigo. Está arriba.
Puso los ojos en blanco antes de observar la imponente escalera que llevaba al segundo piso, era evidente que se preguntaba cómo subiría esa maleta hasta arriba.
—Deja la maleta ahí, Solana —dije con diversión—. Alguien la llevará.
No discutió y la dejó caer. —¿Dónde están tus padres?
—Fuera del país, deberían regresar mañana o pasado mañana.
—Genial —murmuró—. Entonces, ¿tenemos la casa para nosotros solos?
—Si no cuentas a los empleados, supongo que sí.
—Perfecto. —me lanzó una mirada—. Por favor, llévame al cuarto de Fernando.
Me puse una mano en el pecho de forma burlona. —Claro, como digas.
La llevé escaleras arriba y caminamos por el largo pasillo antes de detenernos frente al cuarto de Fernando, ni siquiera me molesté en tocar y simplemente abrí la puerta.
—Hermanito —anuncié—. Tu mejor amiga está aquí.
Entonces lo vimos: Fernando y Dalila se separaron apresuradamente, era obvio que se habían estado besando.
Fernando se quedó completamente inmóvil, mientras que Dalila apenas reaccionó, solo se alisó el cabello con una mano.
—¿No sabes tocar la puerta? —preguntó.
Le eché un vistazo a Solana y pude ver que se había quedado de piedra.
—¿En serio? ¿Qué tan estúpido eres, Fernando? —preguntó.