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Capítulo 40 Cámaras Escondidas
Punto de Vista de Fernando

Dalila jadeaba y se movía encima de mí, las manos bien arregladas apoyadas en mi pecho. Echó la cabeza hacia atrás como si fuera a tener una revelación divina, pero yo solo sentía su peso, piel contra piel, un acto mecánico y sin alma. Tenía la cabeza en las nubes, mi cuerpo estaba aquí pero yo no.

Seguía en Asheville, atrapado en esa maldita casa, reviviendo el momento en que Solana azotó la puerta del auto y se negó a voltear a verme.

Intenté concentrarme en las manos de Dalila sobre mi pecho, en cómo gemía mi nombre, pero cada vez que cerraba los ojos aparecía Solana. Su rostro impasible, su silencio más cruel que cualquier despedida.

No contestaba mis mensajes ni mis llamadas. Más de cuarenta y ocho horas en el vacío total. Mi padre prácticamente me había corrido de su casa, enfurecido, gritando y amenazando con quemar todo si Dalila no se largaba de inmediato. Ni siquiera discutí: empaqué a toda prisa y tomé el primer vuelo a Nueva York esa misma tarde.

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