Su voz me raspó algo filoso por dentro. Claro que estaba emocionada.
Solana y Serena eran como el agua y el aceite.
Aunque ambas eran testarudas, Solana siempre meditaba sus palabras y guardaba sus sentimientos más profundos para sí misma, cosa que yo conocía de sobra. En cambio, Serena soltaba cualquier cosa que se le ocurriera sin filtros ni vacilaciones, como si el silencio le diera alergia y cada pensamiento tuviera que salir disparado de su boca.
No me extrañaba que nunca nos hubiéramos entendido.
Sobre todo cuando vivían juntas, ese apartamento era un polvorín. Solana preparaba su té en la cocina tratando de tranquilizarse después de un día pesado, cuando Serena entraba como huracán soltando todo el drama que traía encima. Esas noches se me quedaron grabadas: yo en el sofá, Serena despotricando desde el otro extremo de la sala, y Solana lanzándome esas miradas calladas que mezclaban cansancio con disculpas, como rogando poder esfumarse.
Nunca se lo confesé, pero a veces yo tambié