CAPÍTULO 50. Traicionar o proteger, a veces es lo mismo.
Capítulo 50
Traicionar o proteger, a veces es lo mismo.
Isabela empujó el pestillo de la puerta y, al entrar, fue recibida por la misma atmósfera tibia y polvorienta de su infancia. Los rayos del sol colándose por las cortinas viejas, el crujido del parquet bajo sus botas, y ese olor indefinible a viejos libros y madera envejecida.
Avanzó despacio, con el corazón palpitando en su pecho: pisaba el mismo suelo donde su madre, Lucía Guzmán, había dejado huellas imborrables antes de morir.
Se detuvo en la sala, donde un sofá desvencijado y un par de butacas carcomidas por el tiempo la aguardaban como mudos testigos. Las fotografías familiares, amarillentas por el sol que pasaba inexorable, colgaban en la pared.
Isabela rozó con la yema de los dedos el marco en el que aparecían ella y su madre sonriendo frente al mar. Un nudo se le formó en la garganta y desapareció tras un estallido de llanto contenido.
—Tú no me enseñaste a callar, mamá —sollozó, la voz rasgada—. Me enseñaste a sobrevi