—Señor Joe, creo que necesitamos hablar seriamente. ¿Podría acompañarme un momento? —le pidió el hombre de rostro apuesto al guardia de seguridad de la oficina.
—Por supuesto, señor Raffael —respondió Joe con cortesía, algo desconcertado.
Raffael condujo a Joe fuera del edificio. Sin que lo notaran, dos pares de ojos los observaban en silencio, siguiendo incluso el trayecto del coche de Raffael.
El vehículo se detuvo frente a un restaurante lujoso que ofrecía salas privadas para clientes especiales. Raffael lo había elegido precisamente para poder hablar sin interrupciones.
—Vaya, ¿y a qué se debe esta invitación a un lugar tan elegante? ¿Está celebrando algo, señor Raffael? —preguntó Joe, intentando aliviar la tensión del ambiente.
—Sí, señor Joe. Lo he traído aquí para celebrar algo… el reencuentro con mi hermana, de quien estuve separado durante veinticinco años.
Joe se quedó helado.
Su expresión cambió de inmediato. La tensión se reflejaba claramente en sus ojos.
—¿Por qué parece