El sonido de los tacones resonó sobre el mármol del despacho de Isabella. La mujer estaba de espaldas a la puerta, mirando hacia la oscuridad exterior con ojos afilados, como si pudiera atravesar la noche iluminada por relámpagos.
—Marco —su voz era plana, pero vibraba con ira.
El hombre de traje negro que se encontraba en el umbral bajó la mirada hacia ella.
Isabella se giró lentamente. Su rostro era frío, sus ojos entrecerrados.
—¿Y Raffael? ¿Has encontrado dónde vive ese hombre?
—Está con Lyra —respondió Marco con cautela—. Pero esta tarde parece que tuvieron problemas.
El nombre hizo que la mandíbula de Isabella se tensara. Dio unos pasos hacia él, sus tacones golpeando el suelo con un sonido seco que rompía el silencio.
—Lyra otra vez… Esa mujer no sabe cuál es su lugar. He advertido a Raffael muchas veces que se aleje de ella. Pero parece que cada vez está más cerca.
Marco tragó saliva.
—Escuché que ella acaba de pasar por algo difícil. Tal vez Raffael solo—
—¡Basta! —inte